El sábado pasado fui testigo de cómo el lucro, por encima del sentido común, ha permeado la mayoría de los ámbitos de nuestra capital, incluyendo el entretenimiento en salas de cine. En mis tiempos, la Secretaría de Gobernación marcaba de forma clara los reglamentos sobre la entrada de menores a películas para adultos, aspecto que hoy está amañado con párrafos poco claros dirigidos a beneficiar sin ningún tipo de escrúpulos la venta de boletos en los principales complejos...
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