Vivir en la ciudad irlandesa de Adamstown, a pocos kilómetros de Dublín, es tranquilo. Quizás muy tranquilo. La que una vez fuera símbolo de un apogeo económico sin precedentes es ahora casi un pueblo fantasma, monumento del fracaso del sueño irlandés. Quienes llegaron a vivir aquí primero escucharon una y otra vez que su instinto pionero sería recompensado. Les aseguraron que habría 50 tiendas, nueve restaurantes y dos bares. Hoy día la ciudad tiene solamente un almacén de provisiones, una peluquería y una pizzería.
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