Media China había caído rendida en brazos de Morfeo cuando algo cambió en la soporífera gala de Año Nuevo de la cadena estatal CCTV-1. Los agudos tonos de la ópera autóctona, los chillidos de histriones humoristas y la fanfarria de los grupos pop de moda que daban la bienvenida al dragón fueron sustituidos por una voz cascada que hizo a muchos entreabrir un ojo. Súbitamente, el megalómano decorado había encogido hasta convertirse en una mera habitación. Y, tal como se había anunciado, ahí estaba uno de los iconos del capitalismo más feroz.
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