Éramos mi gorro de lluvia, mi chubasquero, mi poncho, mi bufanda, mi bocata de jamón, tres de mis amigos y yo. Todos estuvimos anoche en el presunto ‘epicentro del rock mundial’ (...) La sensación que tuve al salir del concierto fue que Corbijn había conseguido una legión de extras cinematográficos para su retransmisión televisiva, pero en lugar de tenernos que dar un bocata y 50 euros, cada uno de nosotros ya habíamos pasado previamente por taquilla. Todo un negocio. Y encima, para un concierto que duró 80 minutos.
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