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Propuesta para el cambio de Pueblo

El pueblo ha perdido la confianza del gobierno, lo más sencillo es que el gobierno disuelva al pueblo y elija uno nuevo.

Bertolt Brecht.

En realidad, toda la izquierda y toda la derecha “respetables” comparten hoy la desconfianza instintiva ante el pueblo. El pueblo les ha defraudado. Demasiados referéndums fallidos (Dinamarca 1992, Francia 2005, Holanda 2005, Irlanda 2008, Holanda 2016, brexit 2016), demasiados gobiernos populistas por aquí y por allá, demasiadas sorpresas. La democracia está claramente sobrevalorada. Un circo donde crecen los enanos. Y Hitler llegó al poder tras unas elecciones, ¿no?...

“La gran paradoja de nuestras democracias modernas –escribe Jean-Claude Michéa– es que el pueblo ya no es considerado como la solución, sino como el problema. Que el término “populismo” –antes indisociable de las tradiciones revolucionarias más estimables– se haya convertido, desde hace más de treinta años, en la forma de designar el supremo crimen de pensamiento, dice mucho sobre la magnitud de la transformación ideológica en que vivimos” . Para la gobernanza ilustrada que nos dirige, ni el pueblo, ni las elecciones ni la democracia parecen ya fiables. ¿Qué hacer?

Adriano Erriguel

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¿Conoce a esta mujer?

Hace unos días leí el relato de Feindesland "¿Pero la conocía o no?". Me gustó mucho, tanto, que me inspiró para versionarlo. Mi revisión en puntos es casi idéntica y en otros se aleja bien lejos. Él me ha dado permiso. Espero que os guste.

.

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Cuando alguien llama un domingo al portero automático y coges el telefonillo, lo primero que piensas es que algún desaprensivo ha aprovechado el festivo para repartir publicidad y hacerse unos cuartos extra a costa de la tranquilidad ajena. Pero, cuando abajo contestan que es la policía, echas de menos al repartidor. 

Y no es que tenga yo cuentas pendientes con la justicia, ni razones para temer que vengan a buscarme, pero la policía, un domingo a las nueve de la mañana, no viene a devolverte un décimo premiado que has perdido por la calle.

Pulsé dócilmente el botón y esperé a que subieran a mi piso. Eran dos agentes, uno de pelo blanco y el otro tan joven que el uniforme le sentaba como un disfraz. El más viejo me saludó, me preguntó si era Gonzalo Vega Esquivel, y cuando asentí me alargó sin más una fotografía. Era una mujer muerta, con el rostro tumefacto y desfigurado.

— ¿La conoce? —me preguntó tras unos segundos, observando fijamente mi reacción.

— No. Creo que no —respondí devolviéndole la foto.

— Llevaba su nombre —explicó el más joven.

Yo me encogí de hombros. 

— Comprendan que así, en una fotografía como esa... —traté de justificarme, mientras repasaba mis actos mentalmente. ¿Qué podría haber hecho?

El del pelo blanco parecía esperar la negativa, pues apenas me dejó tiempo para buscar alguna coincidencia.

— Tenemos que pedirle que nos acompañe al depósito, por si pudiera identificar a la difunta.

Normalmente no hago planes para los domingos y dejo a la casualidad, al impulso o a la llamada de un amigo la decisión última sobre a dónde ir o qué hacer. Ese sistema de permitir a lo inesperado operar por su cuenta me había funcionado durante muchos años, pero aquel día hubiera preferido la rutina de un domingo lluvioso de invierno.

— No nos llevará mucho tiempo —trató de animarme.

— Antes de las once estará usted de vuelta —reforzó el joven.

No era cuestión de hacerse de rogar: había que ir y punto. Así que comprobé con tres palmetazos por mi cuerpo que llevaba las llaves, la cartera y las gafas, y bajé en el ascensor con los dos agentes.

Me subí al coche patrulla con una sensación extraña, como si me llevasen detenido por algún delito que no podía imaginar, igual que Joseph K, el del proceso de Kafka. Los dos policías no hablaban entre sí y el silencio acentuaba mi aprensión. Acabé preguntando qué le había pasado a la mujer.

— Apareció muerta en una boca de metro, en Cruz del Rayo —explicó el más joven—. Le dieron una paliza y luego la apuñalaron con un cuchillo o alguna otra arma blanca.

Entonces, de pronto, caí en la cuenta de que si la mujer llevaba encima mi nombre y mi dirección, bien podrían considerarme sospechoso

— Oigan, ¿no pensarán que he sido yo? —pregunté alarmado.

El del pelo blanco sonrió para rebajar la tensión.

— Puede estar tranquilo. De vez en cuando aparece alguna así. Son ajustes de cuentas. Rencores. Clientes borrachos. El mundo de la prostitución barata. Ya me entiende...

No entendía en absoluto, pero asentí de todos modos.

— ¿Y no saben nada de ella? —pregunté, intentando encontrar algún nexo.

— La llamaban Camila, pero era un nombre de guerra. Nadie sabe cómo se llamaba en realidad, ni de dónde era, ni nada. Cuando tenía dinero dormía en una pensión por Tirso de Molina, y cuando no, en la calle.

— Vaya panorama —lamenté yo con un suspiro.

— Para nosotros es lo habitual —remachó el policía terminando la conversación.

Después de abandonar la parte más complicada de la ciudad conseguimos por fin acelerar. Los domingos por la mañana hay menos tráfico en Madrid que de costumbre, pero tardamos más de media hora hasta el Instituto Anatómico Forense. El trayecto, aún así, no se dio mal: viajar en un coche patrulla no agiliza el tráfico ni te libra de los semáforos, pero al menos no te pita ni Dios.

Bajé del coche y seguí a los dos policías, que fueron abriéndose camino en el edificio, con la destreza de la costumbre, por unos pasillos siniestros a pesar de la claridad de sus ventanales. 

De la sala donde tenían a la mujer sólo recuerdo las luces de fluorescente, los brillos metálicos y el olor a alcohol y desinfectantes. La muerta estaba tapada con una sábana blanca y cuando estuve lo bastante cerca, un operario con bata verde descubrió su rostro.

—¿La conocía? —preguntó el policía del pelo blanco, calcando el tono que empleó al enseñarme la fotografía.

Traté otra vez de hacer coincidir sus rasgos, intuyéndolos bajo la hinchazón, con un catálogo difuso de amigos, conocidos, clientes y familiares lejanos. No era capaz de encajarlos en ningún patrón. ¿Quién podía ser? ¿Le di dinero? ¿Por qué guardaba mi nombre? Después del interés anatómico inicial, el conjunto perdió consistencia y se fueron imponiendo las heridas, los moratones y el labio levantado, que mostraba los dientes desiguales y las encías enrojecidas. Me vino una náusea.

El policía más joven debía compartir mi sensación, porque se mantuvo prudentemente al margen, mirando al cadáver sólo con vistazos fugaces. 

Dí un paso atrás.

— Me suena su cara.

El joven aprovechó para concentrarse en su pequeña libreta, deseando que le dijera algo que poder apuntar y así ignorar el cuerpo.

Mi cara se ensombreció a la vez que una sospecha apareció en mi mente.

— ¿Puedo verle el tobillo?

— ¿Cuál de los dos?

— No me acuerdo, los dos.

El operario de la bata verde descubrió la sábana hasta las rodillas. No hizo falta que me acercase. Tenía una cicatriz en forma de media luna en el tobillo derecho. 

Entonces recordé ese día de golpe.

Ella había venido a buscarme, era por la tarde, a la finca. Mi padre tenía varios perros, uno de ellos un San Bernardo, enorme, blanco, juguetón. Se lanzó a saludarla. Apenas la conocía, pero le caía bien. Y ella, como loca, se puso a jugar con él. El momento me pareció adorable hasta que caímos en que tenía media pernera empapada en sangre. ¡Ni se había dado cuenta! Debió clavarse un rastrillo o qué sé yo. No se enfadó, ni se puso nerviosa, solo pidió whisky entre risas antes de visitar al vecino, que era veterinario. No sé a quién enamoró más, si a mí o a mi padre.

Era ella. 

Hacía treinta años que no la veía y por lo menos veinticinco desde que dejé de preguntar por sus andanzas cuando me topaba con algún conocido común. Me dijo que no y habló de marcharse al extranjero, a ver el mundo. Se ve que lo cumplió y ahí le perdí la pista.

Pero era ella. Seguro.

En Toledo nos vimos un par de veranos. Casi a diario por un tiempo, cuando logré mudarme a Madrid. Un café nos duraba tres horas y luego salíamos de fiesta toda la noche, sin un duro. 

Hubo algo. No, hubo mucho entre nosotros. Café y aventuras. Besos y gritos. Y algo que a mis veinte años creí que duraría siempre.

— ¿La conocía? —preguntó una vez más el policía canoso.

¿La conocía? Tardé un instante en recordar su nombre. Se llamaba Tere. Teresa Melero Monzón. Sí, eso es: Monzón. Bromeábamos por la casualidad del apellido. Le encajaba como un segundo nombre, ese que te dan cuando ya te conocen bien. A la India. Quería ir a la India para sentir en la piel el monzón, caliente y explosivo. Un aguacero infinito que dura unos instantes. Pero lo llena todo de vida.

Sentí otra náusea, esta vez mayor. Tuve que llevarme la mano a la boca para contenerla. Pero no era de asco. Era de mis entrañas, que se removían por el golpe, profundo e inesperado. No era solo su muerte. Era todo lo que habría vivido hasta llegar a ella. 

— ¿La conocía usted? —repitió el policía.

Tomé una profunda bocanada de aire, con los ojos cerrados, y lo expulsé lentamente.

— Se llamaba Teresa Melero Monzón — dije sin dirigirme a nadie en concreto—. Le pedí matrimonio hace treinta y dos años.

El hombre de la bata verde volvió a colocar la sábana sobre el cuerpo de Tere. Sacó un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta, buscó la etiqueta en blanco atada al tobillo izquierdo y escribió el nombre con letra inclinada.

— ¿Sabe qué edad tenía? —me preguntó.

— Cumpliría cincuenta y tres en abril.

Cincuenta y dos, escribió.

Luego siguió preguntando algunos datos para facilitar el papeleo posterior. Respondí a lo que sabía, pero ya todo se había convertido en una vorágine de sentimientos y confusión de la que apenas recuerdo nada. El policía del pelo blanco me dio las gracias y me preguntó si quería que me llevaran de nuevo a casa. Preferí tomar el fresco y volví al ruido de la calle. Cuando iban a despedirse, el mismo policía me mostró un papel doblado, empapado en sangre seca, oscura. Era una carta. 

— Se la escribió a usted, pero no la llegó a enviar. Su nombre es legible, por suerte —añadió con sonrisa de circunstancia—. Imagino que querrá quedársela. 

Asentí. Me la entregó y se marcharon.

He intentado descifrar la carta, pero es inútil. Su sangre lo tapa todo, salvo mi nombre y tres únicas palabras: ojalá te hubiera. 

— Sí, Tere, —me digo antes de guardar para siempre la carta en el fondo de un cajón-, ojalá me hubieras…

.

.

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Intro a la versión USA de kung Fu, protagonizada por D. Carradine
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Vaya Semanita nos ilustra sobre la integración de los códigos QR en la sexualidad humana.
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Estandartes y divisas andalusíes en el arte de los reinos cristianos (siglos X a XIII) (Parte I)

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Los estandartes textiles conocieron un gran desarrollo en al-Andalus a partir del califato. Además de cumplir una función militar, tuvieron un marcado significado político al ser expuestos públicamente, antes y después de la batalla. Estas insignias aparecen representadas en escenas guerreras del arte cristiano peninsular de los siglos X a XIII, reflejando cómo fueron percibidas en los reinos cristianos. El cronista del califa al-Hakam II Isa ibn Ahmad al-Razi menciona cinco tipologías de banderas
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La decepción de Bruce Willis con uno de sus mayores éxitos: "Lo mejor de 'Armageddon' está en la sala de montaje"

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En 1997, Willis ejercía como protagonista y productor de la comedia romántica Broadway Brawler. Willis despedía a varios miembros del equipo y hacía perder muchísimo dinero a Disney, provocando que la compañía paralizara la producción. La Casa de Mickey Mouse amenazaba al actor con la citada demanda, llegando in extremis a un acuerdo con Willis para evitarla. Un trato del cual nacerían tres de las películas de mayor éxito en la carrera del estadounidense: Armageddon (1998), El sexto sentido (1999) y The Kid (El chico) (2000).
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Ayuso, irritada con Feijoo por fichar al gurú creador del eslogan 'Perro Sanxe'

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El fichaje de Aleix Sanmartín por el Partido Popular ha despertado un interés desorbitado dentro y fuera del partido. La jugada de Elías Bendodo, que muchos consideran incomprensible, pone en manos de un estratega clave del socialismo reciente la tarea de enderezar el rumbo del PP, abordar la descoordinación informativa y frenar la creciente incoherencia del equipo de Feijóo.
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Elizabeth Southerden Thompson nació en Lausana, Suiza, en 1846. Es conocida por sus obras de arte relacionadas con el mundo militar. Se formó en Italia y Francia como pintora, y ese es el motivo por el que hablamos hoy de ella, por sus obras de arte. Una época en la que ser mujer y artista no era fácil, como bien es sabido. Dicho esto, ser de buena familia, como es el caso, ayudaba. Su valía está fuera de toda duda y consiguió ganarse la vida como artista. Ahora verán el porqué de su apodo: Elizabeth Thompson, la pintora de batallas.
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Elon Musk juega Path of Exile 2 en su jet privado con Starlink, pero muere en el tutorial y se gana las burlas de la comunidad

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Elon Musk volvió a ser tendencia, esta vez no por alguna nueva inteligencia artificial ni por una polémica empresarial, sino por su fallido intento de jugar Path of Exile 2 durante un vuelo en su jet privado. El millonario transmitió en vivo su partida a través de X, buscando mostrar el rendimiento de Starlink desde el aire, pero terminó convirtiéndose en objeto de burla tras ser derrotado por el contrincante más fácil del tutorial.
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Es atractivo, extremadamente económico, y además va como un tiro en ventas. El Mona M03 arrasa en su primer año

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El fabricante chino Xpeng lanzó a mediados del pasado año una nueva marca, Mona, que ha arrasado en su debut, logrando superar las 50.000 unidades en cuatro meses, y llegar a las 60.000 unidades en apenas 15 días de 2025.
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El sacrificio de armas en Løsning Søndermark (ENG)

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El descubrimiento es incluso más sensacional de lo que se suponía inicialmente: junto con las muchas armas también se han encontrado cotas de malla y partes de un casco romano...Los arqueólogos han descubierto fragmentos de dos anillos de bronce para el cuello muy característicos. Estos anillos guardan sorprendentes paralelismos con las imágenes representadas en los bracteatos de oro del tesoro de Vindelev.
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World Press Photo retira la autoría de 'El terror de la guerra', la imagen icónica de Vietnam, alertado de un fraude

World Press Photo, la fundación que promueve los principales premios de fotoperiodismo del mundo, ha suspendido la atribución de la imagen El terror de la guerra (1972), la icónica fotografía tomada en la Guerra de Vietnam que hasta ahora tenía a Nick Út como autor y que recibió su premio y el Pullitzer en 1973.
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Monstrorum Historia de Ulissi Aldrovandi: Dragones y otros monstruos reales [ENG]

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Monstrorum Historia de Ulissi Aldrovandi, primo del Papa Gregorio XIII, es una enorme enciclopedia de 13 volúmenes sobre la vida en la Tierra. Abarcan diferentes temas: cuadrúpedos, peces, vida marina, aves, serpientes, plantas y minerales. Publicados entre 1599 y 1648, la mayoría tienen al menos 700 páginas. Todos ilustrados con memorables xilografías. Muchas figuras tienen el aspecto esperable. Y entonces lo notas: un pez con cara humana, una gallina enorme y demente, un caballo con manos humanas. Dragones. Lo real y lo imaginario se mezclan.
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Que le den al del concesionario (Hoy no)

Hace unos días revisité un escrito de @Feindesland, ante lo cual me animó a versionar su excelente "M.A.N (Hoy no)". Lo que sigue es el resultado.

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Anselmo lleva treinta y cuatro años de camionero, viendo a la familia dos días a la semana y tratando de matar las horas el resto del tiempo. Está convencido de que si un día se durmiera al volante, el aguerrido Pegaso lo sabría llevar él sólo de Hamburgo a Huelva.

El camión realmente es un M.A.N., pero le sigue llamando Pegaso por costumbre. Y porque se siente mejor pensando que cabalga un caballo alado que sobre unas siglas tan insulsas e impronunciables como Maschinenfabrik Augsburg-Nürnberg. Algo así como “Fábrica de coches Zaragoza-Bilbao” mientras intentas tragar un polvorón.

— Bien, pues ya estoy casado con un hombre —bromeó Anselmo cuando firmó la señal.

— Ah, no, no. No es inglés —aclaró el vendedor—. Es alemán: Maschinenfabrik Augsburg-Nürnberg. Le pasa a todo el mundo.

Fue decepcionante. Que su mastodonte de acero fuera “El hombre” le había conquistado, le resultaba viril. Lo otro… lo otro sonaba a lavadora. 

Eso sí, el camión es una maravilla. Lo peor es trabajar en verano. Con aire acondicionado o sin él, acabas por tostarte al sol, casi asfixiado. Si no lo pones, te cueces; y si lo pones, te resfrías... Al final, lo mejor es bajar la ventanilla y dejar que entre el aire, aunque parezca salido de la panadería.

Hoy es sábado y la perspectiva del hogar se hace cada vez más presente. Anselmo va hablando por la radio con Benito, otro camionero de Isla Cristina que hace ruta hasta Colonia. Suelen encontrarse en La Junquera y desde allí vuelven juntos a casa. En esta ocasión. Benito va más rápido, le saca ya treinta kilómetros. Cuando uno va adelantado, tienen la costumbre de avisar si hay atasco o accidente o alguna patrulla de la Guardia Civil por la autovía.

No es que hagan el loco, viven del volante y saben muy bien lo que se juegan, pero cuando es sábado y hay que llegar a casa, se pisa el acelerador un poco más. Sin pasarse, eso sí, que el gasóleo cuesta un ojo. Un poco de gas y se aligera el tráfico, ¿verdad? Mejor para todos. La Guardia Civil no suele meterse mientras no hagas cosas que asusten al personal, como adelantar en una curva o poner los trailers en paralelo. En cualquier caso, hay que estar al tanto, no te vaya a pillar un agente de los amargados y te eche a perder la semana en el último momento. 

Benito, que se las sabe todas, tiene identificados varios tramos del camino que comparten. Y justo en este que recorren ahora suele patrullar el cabo Villarroya, un tipo tieso al que le debieron meter un palo por el culo y que disfruta jodiendo ante el más mínimo fallo. Hace un par de años, por ejemplo, le regaló a Anselmo tres horas de papeleo solo por rechistar que ordenara pesar el camión. ¡Si no llevaba carga!

— Relaja, Benito, que entramos en los terrenos de la joya Villarroya —le indica con voz plana y metálica por la radio.

— El cabrón tricornio, sí. Gracias por avisar, Anselmo de mi vida, ya estaba pensando en casa —bromea mientras levanta un poco el pie.

Sin embargo, el camino se ve despejado. Ni guardias, ni atascos, ni manifestaciones, que últimamente también son una jodienda. La emisora les entretiene los kilómetros. Generalmente se explayan ambos, respetándose los turnos y escuchando con relativa atención. Pueden ir de la cháchara superficial a las confesiones íntimas con la naturalidad con la que caga un niño entre dos coches. Pero hoy parece que solo habla Benito. Está muy indignado porque los equipos ingleses están comprando a todos los buenos jugadores de la Liga y eso es injusto, pero, claro, también lo es cómo se reparten el dinero, aquí, los grandes.

— En España el fútbol es una broma… Juegan veinte pero ganan dos, macho, siempre los mismos.

— …

— Anselmo, ¿estás bien? 

— Solo estoy cansado. 

— Oye, que podemos hablar de lo que quieras. O me callo. Yo solo quiero llegar pronto. Cata me ha enviado una foto de unos trapillos que se ha comprado por internet y…

— Pues tira si quieres. Hoy no tengo el cuerpo. —le interrumpe Anselmo, desanimado.

— ¿Sigues dándole vueltas?

— Todo el rato. No se me va. 

— Chico, no te tortures, que no tienes la culpa.

— Ya… no puedo evitarlo.

— En serio, amigo, tú no has hecho nada malo.

— A veces me viene el olor a caucho. 

— Vacaciones, compañero, eso lo cura todo —intenta quitarle hierro, Benito.

— Anda, cuéntame la temporada del 87, que casi sube el Recre.

— ¡Hombre! La casi gloriosa.

— Tenías 16, ¿no? Yo 10, casi ni me acuerdo. —dice Anselmo, más animado.

— Si, 16. Fue una pasada. Me llevaba mi padre… ¡Hostia puta! —grita, dando un volantazo.

— ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

— ¡Me cago en todo, Anselmo! Otro hijoputa de esos, un kamikaze. ¡Y casi me da!

— ¡No me jodas! ¿Cómo es?

— Un Audi rojo… Iría a 200… Ojo, que te alcanza en 10 minutos. 

Anselmo le pega un puñetazo al volante.

— ¡Me cago en su puta vida!

— Anselmo, que está loco. Párate en un área de servicio. Tú tranqui.

— Ni tranqui ni hostias. Voy a atravesar la caja del camión en la autovía. Por mis cojones que ese cabrón hoy no mata a nadie.

— Anselmo, no me jodas, que te quitan el carné… —le ruega su compañero.

— ¡A la mierda!

— ¡Anselmo, hostia! ¡Piensa en tu familia!

Pero Anselmo ya no le escucha, solo piensa en una familia, y no es la suya. Ha cambiado la frecuencia a la de la Guardia Civil. Lo envuelve otra vez el olor a goma quemada, que le aturde al mezclarse con el recuerdo de los gritos y la radial.

Sorpresa. Al aparato contesta Villarroya. Nada más reconocer su voz, Anselmo vuelve a la realidad, y resopla, doblemente contrariado. Pero no le queda otra: le cuenta el problema… Y su solución. 

— Caballero, deténgase en el arcén y espere, vamos para allá.

— ¿No me escucha? ¡Que va a 200!

— ¡Deténgase! —grita Villarroya—. Bloquear la autovía es un delito. Y si hay un accidente, le juro que le meto cuatro años por homicidio impru…

Anselmo apaga la radio, no se puede confiar en esos parguelas de uniforme. Y mucho menos en el cobarde de Villarroya, duro con los blandos y blando con los duros.

Pero aún deben quedar unos cinco minutos para el encuentro.

Le vuelve el recuerdo, aún más vívido de la familia que sacaron los bomberos en el accidente. Fue hace cuatro días, en Sinzheim. Y lo provocó un suicida kamikaze que se hubiera estampado con él si no hubiera dado un volantazo certero. Y cobarde. Anselmo ve de nuevo la zapatilla que quedó empotrada en el parabrisas. Ve el rostro morado de la madre antes de que lo taparan. Y ve a los dos críos con los ojos tan abiertos. Tiene que parar en el arcén.

“Si no me hubiera apartado…” se repite una y otra vez. “Sabía que estaban ahí, me seguían… no se atrevieron a adelantarme”. 

La imagen le abrasa en la cabeza y, como una quemadura, cubre de dolor cualquier otra sensación. Así que la ira se abre paso, sin oposición, sin darse cuenta. 

Salta de la cabina y quita el seguro del enganche del tráiler. Fantasea con un volantazo delante del Audi para que la caja, cargada hasta los topes de tornillos, se desenganche y vuelque, aplastando al puto asesino. Le reconforta. Vuelve corriendo a la cabina, su ira hoy es determinación.

Anselmo arranca y pisa. Segunda, tercera, cuarta… 500 caballos desbocados de acero y rabia. 

A lo lejos ve el coche rojo, que viene de frente. El tramo de autovía está vacío, luminoso. Es perfecto. Va a cazarlo.

— ¡Es lo que quieres, eh, cabrón! Van a sacarte con una espátula. 

Anselmo va a 110 y subiendo. Le queda apenas un minuto. El rugido del motor estremece la cabina. Ya no huele a goma, sino a aceite mineral caliente. Se le ocurre de pronto que podría matarse. Y se le pasa por la cabeza echarse a un lado. 

No. 

Ya se apartó una vez y no ha podido dormir desde entonces. Esta vez lo detendrá. Hoy será un hombre.

Así que, en lugar de pisar el freno, pisa el acelerador, hasta el fondo. 

“Cada cual que limpie su mierda como pueda”.

Falta medio minuto para que el Audi y el camión se encuentren.

Brama la bocina, como el grito de una carga a muerte en la batalla. Anselmo también grita y se aferra al volante. El motor ruge como escupiendo el corazón.

Hoy M.A.N. no significa Maschinenfabrik Augsburg-Nürnberg. Hoy no son siglas, que le den al tipo del concesionario.

Hoy no.

.

.

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1984 y los Protocolos de los sabios de Sión. Mentira y ficción

Creo que es necesario llegar más allá de lo que dijo Wilbur Scott en sus principios de crítica literaria. Creo, por ejemplo, que 1984 es un libro de ficción, pero contiene más verdad que muchas enciclopedias. Del mismo modo, los Protocolos de los Sabios de Sión son una falsificación burda y miserable, ficción de mala calidad, pero visto lo visto en los últimos tiempos, parece que al mismo tiempo es totalmente verdadera.

La ficción puede ser un modo de contar la verdad. El más potente, quizás.

Alfred Toohey.

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¿Trump lleva una férula oculta? Aumentan los rumores tras su caída

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Steven Cheung, director de comunicaciones de la Casa Blanca, desestimó las versiones como “teorías conspirativas difundidas por dementes que se esconden tras las redes sociales”. Una cuenta destacada, dedicada a denunciar el extremismo de derecha, compartió primeros planos de las piernas del presidente Trump captados el 9 de junio en la Rosaleda, un día después de su tropiezo. www.meneame.net/story/video-tropezon-trump-air-force-one-deja-internet
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La silla del cubo de Rubik te hace trabajar por tu asiento [Eng]

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Este atrevido diseño de asiento de @Coeonnnnn es un cubo de Rubik funcional , con patas de taburete adjuntas. Para poder sentarse en su cima, el usuario tendrá que resolver los múltiples lados del cubo, o de lo contrario las patas del taburete sobresaldrán de todos los ángulos, haciendo que la silla sea inútil. Una vez resuelto, se revela la forma simple de las sillas y se siente como desbloquear un logro importante.
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Ni seca ni en aceite: este mecánico dice que este coche chino monta una cadena de distribución "el doble de gruesa que la de cualquier coche europeo"

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Nos guste o no, los coches chinos han llegado para quedarse. Es un hecho. A principios de esta década, la presencia de fabricantes del gigante asiático en España era mínima. Hoy puedes comprar vehículos de hasta una veintena de marcas originarias de China, mientras que otros grandes actores del sector del automóvil han pasado a ser propiedad de estas compañías orientales.

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