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Antonio Gramsci tuvo la fortuna de no conocer a Miguel Ángel Revilla. De haberlo conocido, el intelectual italiano se habría ahorrado algunos circunloquios y el cántabro sería hoy el arquetipo mundial que explicara lo que es la hegemonía. El regionalista se diferencia del entrañable Truman Burbank en que él habita en un plató por voluntad propia y en que ha protagonizado muchísimas más horas de programación.
Se acabó el verano y su larga siesta y también sus moscas puñeteras, ya se alejan las orquestas a su invierno y el rumor de los petardos, ya se marcha poco a poco este calor. Agosto se ha esfumado entre las hojas calcinadas y ya los niños y las niñas regresan a sus jaulas escolares a aprender el mundo y nombrar las cosas, a estar sentaditos sus largas horas sin molestar.
Antonio Gramsci tuvo la fortuna de no conocer a Miguel Ángel Revilla. De haberlo conocido, el intelectual italiano se habría ahorrado algunos circunloquios y el cántabro sería hoy el arquetipo mundial que explicara lo que es la hegemonía. El regionalista se diferencia del entrañable Truman Burbank en que él habita en un plató por voluntad propia y en que ha protagonizado muchísimas más horas de programación.
Se acabó el verano y su larga siesta y también sus moscas puñeteras, ya se alejan las orquestas a su invierno y el rumor de los petardos, ya se marcha poco a poco este calor. Agosto se ha esfumado entre las hojas calcinadas y ya los niños y las niñas regresan a sus jaulas escolares a aprender el mundo y nombrar las cosas, a estar sentaditos sus largas horas sin molestar.