Cada vez que tiramos de la cadena, activamos un sistema de tratamiento de aguas residuales vasto, costoso y energéticamente intensivo. Es una maravilla de la ingeniería del siglo XX, pero también es fundamentalmente ineficiente. El problema central es que mezclamos un residuo de bajo volumen pero altamente contaminante, la orina, con enormes cantidades de agua, solo para gastar una fortuna en volver a separarlos. Pero, ¿y si esa premisa fuera errónea?
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Encima obtienes gas. ¿Se llama esto planta de biogás?
O sea, no es nada nuevo.
Nunca con nombres y apellidos e indicar el detalle de donde y que central. Es lo que tienen las redes. Y a mí si que hay mucha gente de aquí que sabe mi nombre y apellidos.
Se puede innovar en la implementación, en la eficiencia del proceso y/o varias cosas más.
La solución fue una innovación tan simple como revolucionaria: un inodoro que hace que la separación sea invisible. En lugar de complicados mecanismos, los nuevos diseños utilizan el principio de capilaridad (la misma fuerza que permite a los líquidos subir por un tubo estrecho sin ayuda externa) para separar y recoger la orina de forma natural y automática. No se requiere ninguna acción especial por parte del usuario.