Frases y fragmentos de libros
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Fábula - La gaviota y la bondad

Fábula - La gaviota y la bondad

"Se cuenta que en un viejo reino había un hombre adinerado y poderoso que amaba a las gaviotas. Todas las mañanas se levantaba y miraba hacia el mar que estaba cerca de su mansión. Se quedaba por horas, extasiado, contemplando esas aves blancas que lo maravillaban.

Un día cualquiera encontró una gaviota en la terraza. Conmocionado por el hallazgo se acercó con cuidado a ella y notó que estaba herida. Con la mayor dulzura la tomó entre sus brazos y ordenó a sus médicos que la curasen. La herida no era muy profunda y la gaviota se curó muy pronto.

Extasiado con ella, el hombre quiso agasajarla. Mandó preparar las mejores comidas para ella… Faisán, carnes exóticas, frutas deliciosas y manjares de todo tipo. Sin embargo, la gaviota no comía nada. El hombre intentaba convencerla, pero ella no accedía.

Así pasaron tres días, después de lo cual la gaviota murió."

Fábula china que nos enseña como a veces el amor, en realidad, no es amor, sino egoísmo. El hombre de esta historia creyó que a la gaviota le complacería lo que le complacía a él, no lo que ella necesitaba.

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Cita atribuida a Woody Allen

"El sexo es como el mus: si no tienes buena pareja… más te vale tener una buena mano."

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Fábula - El águila, el cuervo y el pastor

Lanzándose desde una cima, un águila arrebató a un corderito.

La vio un cuervo y tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte, que sus garras se enredaron en la lana, y batiendo al máximo sus alas no logró soltarse.  

Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus alas, se lo llevó a sus niños.

Le preguntaron sus hijos acerca de qué clase de ave era aquella, y les dijo:

- Para mí, solo es un cuervo; pero él, se cree águila.

Fábula de Esopo

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Cita de José Luis Sampedro

Hay dos clases de economistas; los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que queremos hacer menos pobres a los pobres.

- José Luis Sampedro, economista y escritor -

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El fanfarrón

La naturaleza hace a veces un tonto; pero un fanfarrón siempre es obra del hombre.

Ignatius J Reilly, "La conjura de los necios".

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Cita de Kurt Vonnegut

Cita de Kurt Vonnegut

"Otro defecto del carácter humano es que todo el mundo quiere construir y nadie quiere hacer mantenimiento".

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Cuento - La muerte. ¿Podemos escapar de nuestro destino?

Un día un familiar del rey Salomón se presenta en palacio y solicita una audiencia con toda urgencia.

Cuando el hombre llega frente al trono del rey, el monarca nota su semblante pálido, sus labios azulados, su aliento entrecortado, y pregunta:

- ¡No tienes buen aspecto! ¿Qué te pasa?

- ¡Es horrible! Esta mañana estaba en el mercado cuando en medio de la multitud he reconocido a Azrael, el ángel de la muerte. Cuando se ha dado cuenta de que le observaba, me ha lanzado una mirada espeluznante, llena de cólera. No sé por qué, pero está furioso conmigo.

- Te entiendo, pero ¿qué quieres que haga? Es el ángel más poderoso de todos.

- ¡Te lo suplico, oh gran rey! ¡Tú que eres poderoso! ¡Ayúdame!

- Te digo que no puedo hacer nada contra él. ¿En qué modo podría ayudarte?

- Tú que dominas los elementos, pide al mayor de todos los vientos que me lleve lejos de aquí, muy lejos, hasta la India. ¡Por mi salud y la de mi alma!

El rey cede y ruega al más grande de todos los vientos que lleve al desdichado hasta la India, a donde llega ese mismo día.

Algo más tarde, el ángel Azrael, que estaba todavía en esta misma ciudad, rinde visita al Gran Rey.

Este último, curioso por saber más, no puede evitar interrogar al ángel. Tras contarle lo sucedido le pregunta:

- ¿Por qué estabas encolerizado con ese hombre? Es sin embargo una persona piadosa y devota. Pero le has asustado de tal modo que ha dejado el país precipitadamente.

Azrael responde:

- ¡Nada de eso! No estaba enfadado con él, no lo ha entendido. Es más bien con una inmensa sorpresa que le he mirado. En efecto, Dios me había ordenado irle a buscar porque su tiempo había llegado. Pero es en la India, mañana, donde debo tomar su vida. Por eso me he sorprendido de tal modo. Me he preguntado: “¿Cómo puede estar aquí hoy y en India mañana? Este hombre debe verdaderamente tener alas para desplazarse tan rápidamente”.

Sabiduría de los cuentos sufíes, Oscar Brenifier e Isabelle Millon

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De la tierra y la guerra

Yo soy guerrero para que mi hijo pueda ser granjero. Para que mi nieto pueda ser abogado. Para que mi bisnieto pueda ser poeta.

Cita atribuida a Thomas Jefferson durante la Guerra de Independencia.

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Cita sobre la decepción

Cita sobre la decepción

Nada duele, envenena y enferma más que la decepción.

Porque la decepción es un dolor que procede siempre de una esperanza que se desvaneció, una derrota que nace siempre de una confianza traicionada, desde alguien o algo en lo que creíamos.

Y al sufrirla te sientes engañado, burlado, humillado. La víctima de una injusticia que no te esperabas, de un fracaso que no merecías.

Te sientes también ofendido, ridículo, por lo que a veces buscas la venganza. Elección que puede dar un poco de alivio, seamos realistas, pero que rara vez se acompaña de alegría y que a menudo cuesta más que el perdón.

Oriana Fallaci

Biografía



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Democracia es mal

"La democracia creía que era valiosa para las masas populares y no entendió que las masas populares desprecian a los que no tienen el valor de ser lo que deben ser. Todo esto es lo que la democracia no entendió. La democracia le quitó el "estilo" a la vida del pueblo. El fascismo le ha devuelto el "estilo" a la vida del pueblo: es decir, una línea de conducta; es decir, el color, la fuerza, lo pintoresco, lo inesperado, lo místico; en resumen, todo lo que cuenta en la mente de las multitudes". Benito Mussolini, Discurso a la Cámara de los Diputados (1922)

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José María Aznar, el vino & la DGT

José María Aznar, el vino & la DGT

"¿Y quién te ha dicho que quiero que conduzcas por mí?"

"Las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber déjame que las beba tranquilamente; no pongo en riesgo a nadie ni hago daño a los demás"



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Luces de bohemia, de Valle Inclán

MAX: ¡Es horrible!

EL PRESO: Van a matarme... ¿Qué dirá mañana esa Prensa canalla?

MAX: Lo que le manden.

EL PRESO: ¿Está usted llorando?

MAX: De impotencia y de rabia. Abracemonos, hermano.

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Del comercio, la paz y la intervención

"(...) sólo en un estado de paz será posible que los vendedores distribuyan las mercancías entre los compradores y que las mercancías lleguen regularmente al mercado por caminos sin fronteras, sin asaltos, en paz y libertad. Pero las plazas de los mercados y los caminos tranquilos sólo se mantienen en paz cuando la circulación de mercancías se mantiene en equilibrio. Y por ello hace falta, ante todo, el Estado. Por ello, decir que el comercio genera la paz es una simple petición de principio, porque la paz está ya implicada en el mismo mercado, cuando este proceso está en marcha. Pero, ¿cómo ponerlo en marcha? ¿Acaso no hubo previamente una guerra que había despejado el campo de malhechores y de competidores? Y lo más importante, ¿cómo mantenerlo en marcha?, ¿acaso los mismos flujos comerciales, cada vez más abundantes, no rompieron de vez en cuando el equilibrio dinámico de la corriente de circulación, dando lugar a colapsos o a turbulencias? (...)

La diferencia entre un Estado liberal y un Estado socialista no es una diferencia entre economía libre y economía intervenida; más bien es una diferencia entre “economías intervenidas”, según determinadas proporciones… la diferencia entre una economía liberal y una economía con planificación central, tipo soviético, no será tanto una diferencia económica cuanto una diferencia política… La apariencia de una economía libre que funciona entregada a las leyes puras del mercado es una ilusión derivada de que esa economía, en el marco de la economía política, se comporta como si estuviera sometida a leyes naturales (...)

Si el Estado liberal propugna un intervencionismo mínimo y una privatización máxima en materia económica, cultural, etc. no es porque carezca de una perspectiva globalizadora, sino porque la burguesía dominante, dueña del control económico, y con sindicatos débiles, no necesita que nadie, fuera de ella misma, intervenga en sus planes y programas. Pero cuando ese Estado de equilibrio se rompe por motivos internos o por una coyuntura internacional, entonces es el mismo “Estado burgués” el que pedirá la intervención “totalitaria”(...)"

Gustavo Bueno, "La Vuelta a la Caverna", 2004

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Ver a los ricos por la tele

Imagina a una pareja paseando por la playa con un perro. Ellos charlan y el perro corre por ahí. Luego atan al perro a un árbol y se pasan la tarde haciendo el amor, mientras el perro, atado, los mira y ladra de vez en cuando.

Pues tú eres el perro.

Dinero. Martin Amis.

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Fábula - El lobo y el cordero

“Había una vez un lobo que vio a un cordero en la orilla de un río y quiso comérselo ofreciendo un pretexto simple pero verosímil. A pesar de estar río arriba, le acusó de no dejarle beber al revolver el agua. El cordero contestó que al estar el lobo río arriba y el más abajo, no era posible que así fuera.

Al ver el fracaso, el lobo acusó al cordero de haber insultado a sus padres el año anterior, a lo que el cordero contestó que hacía un año el aún no había nacido. El lobo dijo entonces que, aunque el cordero se justificaba muy bien, no le dejaría ir y no iba a dejar de comérselo".

A menudo, aquellos que quieren provocarnos daño, no se van a detener independientemente de nuestros argumentos o de que sea o no justo.

Fábula de Esopo

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Cita - La calumnia y la verdad

“Si murmurar la verdad aún puede ser la justicia de los débiles, la calumnia no puede ser otra cosa que la venganza de los cobardes.”

Jacinto Benavente, “La ciudad alegre y confiada” (obra de teatro, 1916)

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Los sábados por la tarde -Thomas Bernhard

Los sábados por la tarde los he sentido siempre como un tiempo muy peligroso para todos, la insatisfacción consigo mismo y con todas y cada una de las cosas, y la repentina conciencia de haber sido realmente explotado durante toda la vida y de carecer de sentido producían ese estado de espíritu, en el que la mayoría caía con aterradora profundidad. La mayoría de los hombres están acostumbrados a su trabajo y a alguna clase de trabajo u ocupación regular; si les falta, pierden instantáneamente su contenido y su conciencia y no son más que un morboso estado de desesperación. Al individuo le pasa lo que a la mayoría. Piensan que se regeneran, pero en verdad se trata de un vacío, en el que se vuelven medio locos. Por eso todos tienen las tardes de los sábados las ideas más demenciales, y todo termina siempre insatisfactoriamente. Empiezan a desplazar armarios y cómodas, mesas y sillones y sus propias camas, cepillan sus vestidos en los balcones, se limpian los zapatos como si se hubieran vuelto locos, las mujeres se suben al borde de las ventanas y los hombres se van al sótano y levantan torbellinos de polvo con escobas de ramas. Familias enteras creen que tienen que poner orden y se precipitan sobre el contenido de sus alojamientos y lo trastornan y se trastornan con ello. O se echan y se ocupan de sus dolencias, huyen y se refugian en sus enfermedades, que son enfermedades permanentes, de las que se acuerdan al terminar su trabajo el sábado por la tarde. Los médicos lo saben, los sábados por la tarde hay más visitas que en cualquier otro momento. Cuando el trabajo se interrumpe, irrumpen las enfermedades, llegan de pronto los dolores, el famoso dolor de cabeza de los sábados, las palpitaciones de las tardes de los sábados, los desmayos, los arrebatos de ira. Durante toda la semana las enfermedades son contenidas, mitigadas por el trabajo e incluso por una simple ocupación, el sábado por la tarde se hacen sentir y el hombre pierde en seguida su equilibrio. Y cuando el que ha dejado de trabajar al mediodía, cobra conciencia poco después de su auténtica situación, que en cualquier caso es siempre solo una situación sin esperanzas, sea él quien sea, sea lo que sea, esté donde esté, tiene que decirse que no es más que un hombre desgraciado, aunque pretenda lo contrario. Los pocos afortunados a los que el sábado no trastorna solo confirman la regla. En el fondo, el sábado es un día temido, mucho más temido aún que el domingo, porque el sábado sabe todo el mundo que queda el domingo aún, y el domingo es el día más horrible, pero después del domingo viene el lunes, que es un día laborable, y eso hace soportable el domingo. El sábado es terrible, el domingo horrible, el lunes es un alivio. Todo lo demás es una afirmación malévola y estúpida. El sábado se prepara la tormenta, el domingo descarga, el lunes vuelve la calma. El hombre no ama la libertad, todo lo demás es mentira, no sabe qué hacer con la libertad, apenas es libre, se dedica a abrir cómodas de vestidos y ropa blanca, a ordenar viejos papeles, busca fotografías, documentos, cartas, va al jardín y escarba la tierra o anda totalmente sin sentido ni objeto en cualquier dirección, sea la que fuere, y lo llama paseo. Y cuando hay niños, se los utiliza para el famoso matar el tiempo, y se los excita y azota y abofetea, para que produzcan ese caos que, en verdad, es la salvación. Y qué hay por otra parte más terrible que un paseo de sábado por la tarde, como visita a parientes o conocidos, en el que se satisface la curiosidad y se destruyen las relaciones con esos parientes o conocidos. Y si la gente lee, se tortura en verdad con una pena que se impone a sí misma, y nada es más ridículo que el deporte, esa coartada favorita entre todas para la absoluta falta de sentido. El fin de semana es el homicidio de todo individuo y la muerte de toda familia.

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«El cementerio de los dioses»

«El cementerio de los dioses»

 Como la otra vida es una especie de ajuste de cuentas, podríamos pensar que no están incluidos los animales, que no son responsables de sus actos. Menos mal que sería una equivocación. La otra vida habría sido una etapa muy solitaria sin animales, y hemos descubierto la agradable realidad de que el más allá está lleno de perros, mosquitos, canguros y muchas otras criaturas. Después de llegar y echar un vistazo, resulta obvio que todo lo que existió antes disfruta de una segunda vida.

  Empiezas a darte cuenta de que el regalo de la inmortalidad se aplica también a todo aquello que creamos. La otra vida está llena de teléfonos móviles, tazas, adornos de porcelana, tarjetas de visita, candelabros, dianas. Las cosas que fueron destruidas en el pasado -barcos atacados, ordenadores desechados, muebles rotos- regresan en perfecto estado a la otra vida. Todo lo creado por nosotros puede acompañarnos en la otra vida, en contra de la advertencia de que no podemos llevárnoslo con nosotros. Todo lo creado sobrevive.

  Esta norma se aplica, sorprendentemente, a todas las creaciones, no sólo a los objetos materiales, también a conceptos mentales. Así que junto con los objetos, en la otra vida nos acompañan los dioses creados por nosotros. A solas en una cafetería, es perfectamente posible que te encuentres con Resheph, el dios semítico de las plagas y la guerra. De la frente le sale una cabeza de gacela y mira por la ventana a los viandantes con aire de nostalgia. En un pasillo del supermercado tal vez veas al dios babilonio de la muerte, Nergal, al griego Apolo o al védico Rudra. De igual forma contemplarás a los dioses de las llamas y las lunas, a la diosa de la sexualidad y la fertilidad, a los dioses de los caballos de guerra caídos en la batalla y los esclavos fugados dentro del centro comercial. A pesar de ir vestidos de incógnito, se les detecta fácilmente por su enorme tamaño y por otras características como cabezas de león, multiples brazos o colas de reptil.

  Están solos debido, en gran medida, a que han perdido público. Solían curar enfermedades, actuar como intermediarios entre los vivos y los muertos y repartir cosechas, protección y venganza entre sus fieles. Ahora ya nadie sabe ni cómo se llaman. Ninguno pidió que lo crearan, y así y todo se encuentran atrapados aquí para toda la eternidad. Sólo rara vez se produce un resurgimiento localizado de la creencia en algún dios antiguo, una pequeña reunión de seguidores, pero son arrebatos que no suelen durar mucho. Los dioses saben que están atascados aquí con la mano de cartas que les ha tocado en suerte: una personalidad vengativa, ojos que echan fuego, familias con problemas de adaptación y la eternidad en sus manos.

  Cuando empiezas a mirar a tu alrededor, te das cuenta de que hay miles. El dios azteca Mictlantecuhtli, el dios mono chino Sun Wukong, el noruego Odín. En la otra vida, en la guía telefónica aparecen dioses como la Serpiente del Arcoiris de los aborígenes australianos, el dios prusiano Zempat, el sorbiano Berstuk, el algonquino Gitche Manitou, el sardinio Maymon o el tracio Zibelthiurdos. De igual forma, en un restaurante es posible participar sin quererlo de la fría relación existente entre la diosa babilonia del mar, Tiamat, y el dios de las tormentas, Marduk, que una vez la partió en dos. Ella picotea del plato y contesta con secos monosílabos a los intentos de él de entablar una conversación.

  Algunos de los dioses están relacionados entre sí; otros tienen genealogías imposibles de seguir. Tienen en común que son proclives a rechazar la morada gratuita que se les ofrece en la otra vida, aunque nadie sabe muy bien por qué. Lo más probable es que sea porque les cuesta aceptar la idea de descender al nivel de aquellos que en su día se arrodillaban ante ellos para adorarlos.

  Así, por las noches, solos y sin hogar, se reúnen a las afueras de la ciudad y se echan a dormir sobre grandes praderas verdes. Si te interesa la historia y la teología, disfrutarás recorriendo estos campos sembrados de dioses, este silencioso espectáculo horizontal de deidades abandonadas dispuestas en hileras irregulares en punto de fuga. Aquí es posible que te topes con el Bathalang Maykapal de los tagalogs y su principal enemigo, el dios lagarto Bakonawa; como ya no le importa a nadie si se pelean o no, ahora se sientan a compartir una botella de vino. Te encuentras al dios de la luz, Atea, del archipiélago Tuamotu, y a su hijo, Tane, que en sus buenos tiempos arrojó contra su padre los rayos de su antepasado Fatutiri; ahora toda la familia está reunida. Sus vendettas están apagadas y parece difícil que puedan cobrar vida de nuevo. Mira, allí está Tawhirimatea, el dios maorí de las tormentas y los vientos, que se pasó la vida castigando a sus hermanos dioses por separar a sus padres, Rangi y Papatuanuku; como ya no hay público, se le han terminado los vientos y juega a las cartas con sus hermanos bajo un despejado cielo. Más allá se puede ver a Khonvoum, el dios supremo de los pigmeos bambuti, sujetando su arco fabricado con dos serpientes. Cree que todavía puede aparecerse a los humanos como un arco iris. Aquí está el dios del fuego de los shinto, Kagu-tsuchi, cuya madre murió abrasada al dar a luz; la única prueba que queda ahora de aquel fuego es un ligero olor a quemado.

  Como si se tratara de un museo, estos campos de dioses, esta enciclopedia pastoral de la mitología, es un testamento de la creatividad humana y la cosificación. Los antiguos dioses están acostumbrados a vernos por aquí; los nuevos están molestos por lo rápidamente que han pasado de la veneración y el martirio al abandono y el turismo.

  Aunque los dioses han elegido voluntariamente congregarse aquí fuera, la verdad es que no se soportan mutuamente. Se sienten confusos, porque se han encontrado aquí, en la otra vida, pero en lo más profundo de su ser creen que están al mando. Salen a la superficie por su agresividad y todavía quieren reclamar su supremacía sobre los demás. Pero aquí ya no están en lo alto de la jerarquía, sino que sufren hombro con hombro en la hermandad del abandono.

  Hay sólo una cosa que aprecian de la otra vida. Debido a su famoso carácter vengativo y a su creatividad en el arte de la tortura, están muy impresionados con esta versión del Infierno.»

David Eagleman

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Cita de Walt Whitman

Cita de Walt Whitman

"Estábamos juntos. Olvidé el resto".

Atribuida a Walt Whitman (1819 – 1892)



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Fragmento - Los besos en el pan

“Hay que ser muy valiente para pedir ayuda, pero hay que ser todavía más valiente para aceptarla.”

Almudena Grandes, “Los besos en el pan” (2015)

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William Burroughs -El almuerzo desnudo-

William Burroughs -El almuerzo desnudo-

La morfina altera el ciclo de expansión y contracción, descarga y tensión. Se desactiva la actividad sexual, se inhibe la peristalsis, las pupilas dejan de reaccionar ante la luz y la oscuridad. El organismo no se contrae ante el dolor, ni se expande ante las fuentes de placer habituales. Se adapta a un ciclo propio de la morfina. El adicto es inmune al aburrimiento. Es capaz de estarse mirando la punta de los zapatos durante horas, o de permanecer simplemente en la cama. No necesita contactos sexuales, ni sociales, tampoco trabajo, diversión, ejercicio..., no necesita nada excepto morfina.

Foto: Richard Avedon

William S. Burroughs (1914-1997) es una figura legendaria de la literatura norteamericana del siglo XX, un escritor comparado con Villon, Rimbaud y Genet. Tanto su vida como su obra, de un pesimismo total y un sombrío sentido del humor, reflejan una actitud de rebelión permanente contra la sociedad convencional. Homosexual, drogadicto durante muchos años, amigo e ídolo de Kerouac y Ginsberg, se le considera el gran «gurú» de la generación beat, pese a su negativa a ser incluido en ella.

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Momo (fragmento)

Aun cuando alguien tiene muchos amigos, suele haber entre ellos unos pocos a los que se quiere todavía más que a los demás. También en el caso de Momo era así.

Tenía dos grandes amigos que iban a verla cada día y que compartían con ella todo lo que tenían. Uno era joven y otro viejo.

Momo no habría sabido decir a quién de los dos quería más.

El viejo se llamaba Beppo Barrendero. Seguro que en realidad tendría otro apellido, pero como era barrendero de profesión y todos le llamaban así, él también decía que ése era su nombre.

Beppo Barrendero vivía en una choza que él mismo se había construido, cerca del anfiteatro, a base de ladrillos, latas y cartón embreado. Era extraordinariamente bajo e iba siempre un poco encorvado, por lo que apenas sobrepasaba a Momo. Siempre llevaba su gran cabeza, sobre la que se erguía un mechón de pelos canosos, un poco torcida, y sobre la nariz llevaba unas pequeñas gafas.

Algunos opinaban que a Beppo Barrendero le faltaba algún tornillo. Lo decían porque ante las preguntas se limitaba a sonreír amablemente y no contestaba. Pensaba. Y cuando creía que una respuesta era innecesaria, se callaba. Pero cuando la creía necesaria, pensaba sobre ella. A veces tardaba dos horas en contestar, pero otras tardaba todo un día. Mientras tanto, el otro, claro está, había olvidado qué había preguntado, por lo que la respuesta de Beppo le sorprendía.

Solo Momo sabía esperar tanto y entendía lo que decía. Sabía que se tomaba tanto tiempo para no decir nunca nada que no fuera verdad. Pues en su opinión, todas las desgracias del mundo nacían de las muchas mentiras, las dichas a propósito, pero también las involuntarias, causadas por la prisa o la imprecisión.

Cada mañana iba, antes del amanecer, en su vieja y chirriante bicicleta, hacia el centro de la ciudad, a un gran edificio. Allí esperaba, con sus compañeros, en un patio, hasta que le daban una escoba y le señalaban una calle que tenía que barrer.

A Beppo le gustaban estas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario.

Cuando barría las calles, lo hacía despaciosamente, pero con constancia; a cada paso una inspiración y a cada inspiración una barrida. Paso-inspiración-barrida. Paso-inspiración-barrida. De vez en cuando, se paraba un momento y miraba pensativamente ante sí. Después proseguía paso-inspiración-barrida.

Mientras se iba moviendo, con la calle sucia ante sí y la limpia detrás, se le ocurrían pensamientos. Pero eran pensamientos sin palabras, pensamientos tan difíciles de comunicar como un olor del que uno a duras penas se acuerda, o como un color que se ha soñado. Después del trabajo, cuando se sentaba con momo, le explicaba sus pensamientos. Y como ella le escuchaba a su modo, tan peculiar, su lengua se soltaba y hallaba las palabras adecuadas.

-Ves, Momo le decía, por ejemplo-, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla.

Miró un rato en silencio a su alrededor; entonces siguió:

-Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.

Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:

-Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Solo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.

Volvió a callar y reflexionar, antes de añadir:

-Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser.

Después de una nueva y larga interrupción, siguió:

-De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta cómo ha sido, y no se está sin aliento.

Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final:

-Eso es importante.

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Cuento - La confesión

Cuento - La confesión

En la primavera de 1232, cerca de Aviñón, el caballero Gontran D’Orville mató por la espalda al odiado conde Geoffroy, señor del lugar. Inmediatamente confesó que había vengado una ofensa, pues su mujer lo engañaba con el Conde.

Lo sentenciaron a morir decapitado, y diez minutos antes de la ejecución le permitieron recibir a su mujer, en la celda.

-¿Por qué mentiste? -preguntó Giselle D’Orville-. ¿Por qué me llenas de vergüenza?

-Porque soy débil -repuso-. De este modo simplemente me cortarán la cabeza. Si hubiera confesado que lo maté porque era un tirano, primero me torturarían.

Manuel Peyrou

Biografía

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Pablo Iglesias

Pablo Iglesias

Mi generación prefiere follar

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Cuento - "El río"

Cuento - "El río"

Había una vez dos monjes Zen que caminaban por el bosque de regreso al monasterio.

Cuando llegaron al río, una mujer lloraba en cuclillas cerca de la orilla. Era joven y atractiva.

–¿Qué te sucede? – le preguntó el más anciano.

–Mi madre se muere. Ella está sola en su casa, del otro lado del río y yo no puedo cruzar. Lo intenté – siguió la joven–, pero la corriente me arrastra y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda… Pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora… ahora que aparecisteis vosotros, alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar…

–Ojalá pudiéramos –se lamentó el más joven–. Pero la única manera de ayudarte sería cargarte a través del río y nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el sexo opuesto. Está prohibido… lo siento.

–Yo también lo siento –dijo la mujer y siguió llorando.

El monje más viejo se arrodilló, bajó la cabeza y dijo:

–Sube.

La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó su atadito con ropa y montó a horcajadas sobre el monje.

Con bastante dificultad el monje cruzó el río, seguido por el otro más joven.

Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó en actitud de besar las manos del anciano monje.

–Está bien, está bien –dijo el viejo retirando las manos–, sigue tu camino.

La mujer se inclinó en gratitud y humildad, tomó sus ropas y corrió por el camino al pueblo.

Los monjes, sin decir palabra, retomaron la marcha al monasterio…. Faltaban aún diez horas de caminata.

Poco antes de llegar, el joven le dijo al anciano:

–Maestro, vos sabéis mejor que yo de nuestro voto de abstinencia. No obstante, cargaste sobre tus hombros a aquella mujer todo el ancho del río.

–Yo la llevé a través del río, es cierto, pero, ¿qué pasa contigo que la cargas todavía sobre tu cabeza?

Idries Shah

Biografía



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