El 13 de junio, en Yelwata, Nigeria, más de 200 cristianos —en su mayoría mujeres y niños— fueron asesinados a machetazos, quemados vivos o masacrados mientras dormían. Yelwata no fue un enfrentamiento. Fue una masacre. Fue un mensaje, lanzado a machetazos y gasolina, de que los cristianos no están seguros en su propio país. Y el mensaje que el mundo envía, con su silencio ensordecedor, es que no le importa.