Durante mucho tiempo, la teoría más extendida sobre quienes fueron los fundadores de la civilización hitita, era la de un grupo indoeuropeo que ocupó el lugar. Pero no existen pruebas suficientes para sostener la idea de una invasión indoeuropea. Tampoco podemos determinar con presteza el carácter étnico predominante en el bronce temprano en la región de Anatolia, ni cuando aparecen los primeros grupos indoeuropeos en la península.
Lo que sí tenemos claro, es que hubo presencia indoeuropea. Esto nos lo muestran los registros de mercaderes asirios a principios del II Milenio. Independientemente de cómo llegaron, y cuando lo hicieron, estos grupos probablemente se mezclaron con la población local y adoptaron elementos de las culturas regionales. Concretamente, hay una de estas ciudades indoeuropeas, llamada Nesa o Kanes, cuya lengua, el nesita, se convertirá en la lengua oficial o vehicular del reino Hitita. Por tanto, cuando hablamos del hitita, hablamos del nesita.

León hitita, en el museo de Ankara de las Civilizaciones Anatolias.
Fuente (1) Koppas
Hay que comprender que Anatolia en aquella época era un entramado de pequeños reinos y principados, con una mezcla étnica bastante amplia. Y no podremos entender la formación del Imperio Hitita, sin echar un vistazo a una primera etapa de Anatolia en el Bronce Medio, que llamamos “la época de las colonias asirias”. Más adelante profundizaremos un poco más en ella, sin embargo, cabe destacar aquí que el centro neurálgico de la actividad comercial asiria en Anatolia sería esa ciudad de Nesa/Kanes. Por lo que es fácil comprender la importancia que una lengua de origen indoeuropeo, como el nesita, tomó en Anatolia.
Sabemos, pues, que la presencia indoeuropea era real, y cuál era el origen de la lengua que hablaban los hititas. Sin embargo, y aunque siempre se había creído que los hititas eran un grupo particular indoeuropeo, los indicios actuales indican que no fue así. Existe en Hattusa, la capital hitita, una fuerte presencia indoeuropea en los nombres de las personas, de algunos títulos, y en la propia lengua. Pero parece ser que la administración legal, la diplomacia, o los resquicios de literatura que nos llegan encuentran su origen en otros grupos étnicos, sobretodo en mesopotamia.
Sabemos que el nesita ya era una lengua importante de comunicación en Anatolia debido al comercio asirio. Probablemente la élite gobernante hitita había adoptado el nesita como lengua oficial escrita, y hablada, prueba de ello es que se han constatado muchos cambios en la misma a lo largo de los siglos. Por tanto, se trataba de una lengua viva. Sin embargo, a nivel étnico, lo más probable es que nos encontremos ante una amalgama de diferentes pueblos y culturas, con diferentes lenguas, gobernada por una élite que, aunque recibe miembros de otras etnias, mantiene bastante su exclusividad, y que utiliza una lengua “franca”, una “koiné”, como el nesita, para el ejercicio del gobierno.

Tabla de dotación de Hantili II encontrada en Boğazköy
Fuente (2) Sedat Alp - TÜBİTAK Popüler Bilim Yayınları
La realeza hitita siempre fue escogida entre un reducido número de miembros con lazos familiares rastreables. Pero el nesita no se redujo únicamente a la monarquía, y seguramente se extendió también entre toda la jerarquía administrativa. Estaríamos, por tanto, ante un imperio poblado por una mezcla de indoeuropeos, hattianos y hurritas (originarios de anatolia).
Es por eso, que se puede concluir que no fue ni la lengua ni la etnia lo que les proporcionó algo común a ojos de los demás: sino el espacio geográfico. Eso explica por que había vasallos que vivían en reinos lejanos y veían a los hititas como un todo, como un núcleo cohesionado en un espacio geográfico concreto. Aunque esta no fuera la realidad, sino que se trata de un montón de gentes diversas, organizadas en torno a una monarquía, la administración de la misma y un espacio geográfico concreto.
En el próximo artículo hablaremos del Nacimiento del Imperio Hitita.
NOTA: toda crítica constructiva es bienvenida.
Fuente imágenes:
(1) commons.wikimedia.org/wiki/File:HittiteLion_AnkaraMuseumAnatolianCivil
(2) commons.wikimedia.org/wiki/File:Endowment_Tablet_of_King_Hantili_II.pn
Este artículo es una continuación del este otro: www.meneame.net/m/Historia/hititas-i-descubrimiento-civilizacion-hitit
Recuerdo deslizar mi mano a lo largo de aquella biblioteca, de cuyos intemporales estantes sobresalían ejemplares de toda clase; desde gruesos volúmenes decimonónicos hasta el más elemental de los libros. Una vez que alcanzaba el extremo, daba la vuelta y volvía sobre mis pasos. Y así una y otra vez. Porque “la más de las veces” la simple presencia de aquel macizo de madera era suficiente para echar a volar la imaginación; sin tener que despertar a ninguno de los autores que, estáticos, vigilaban cada uno de mis andares. No sería hasta mucho tiempo después, vivida la juventud y maldecida parte de la madurez, cuando volví a recorrer aquellas montañas de papel, tomando de aquí y de allá para construir mi propia biblioteca y, de esta manera, redimirme por tanta libertad desperdiciada. Digo más. Al contrario de lo que pueda parecer, nunca desdeñé los libros, sólo que me resultaba embarazoso compartir la experiencia de leer a Shakespeare, Edgar Alan Poe u Oscar Wilde en los foros que por determinismo social me tocó frecuentar. Y, en ese sentido, el influjo de pesados prejuicios contra la cultura fundamentada en los libros “neutralizó”, por unos años, cualquier intento de reemprender la marcha, empecinado en identificarme con las normas, principios y valores que impregnaban mi ambiente.
Mi paso por las instituciones educativas, media y superior, no fue en absoluto el acicate de mi especial bibliofilia. Es cierto que mi preferencia por los clásicos, antes que por la literatura actual, se debe más bien a una veleidad estética (surgida, a su vez, de un defecto profesional) por la que tiendo a honrar al pasado y a relegar el presente al cubo de basura; más aún si se trata de algo pop, chic o susceptible de ser reducido a un video en TikTok. Será que me hago viejo. Pero habiendo tenido en tamaña estima a la Universidad, dejando de lado mis años perdidos en la educación obligatoria, la decepción at the end of the day fue tremenda. Alguno podrá decir que mi reproche procede justamente de las lecciones aprendidas en sus aulas y que, por tanto, el objetivo más popular del plan de estudios, fomentar el razonamiento crítico, se ha logrado. Del mismo modo, sería infantil pensar que el espíritu crítico pasa de catedráticos y siervos de la gleba (becarios, doctorandos, contratados, asociados, etc.) a alumnos como si de una cópula pasiva se tratara. Esa no era la intención inicial. Pero, llevado a la práctica, los engranajes del mecanismo se han engrasado convenientemente para producir lo que podríamos denominar, a pesar del oxímoron, como “intelectuales emocionales”. La inteligibilidad de la información masiva de que disponemos actualmente se cifra en la capacidad del ser humano para sintetizarla en una presentación visual, un meme, un GIF, un post o un video de unos pocos minutos. Del mismo modo, en las instituciones educativas, trasunto de la sociedad, se debe consumir y producir nueva información casi al instante, haciendo que lo difícil sea fácil, cuando en realidad tendría que parecerlo. Esto, inevitablemente, implica la construcción de esquemas de pensamiento básicos, pero actualizados; conservadores, pero transversales; reaccionarios, antes que fundados en un proceso paciente de selección, análisis, interpretación y crítica. ¿Que la pervertida versión actual de la educación humanística contribuye a formar ciudadanos críticos como algunos nos quieren hacer creer? ¿Por parte de una generación que fía su criterio exclusivamente a uno o dos minutos delante de una fuente de información porque tres resultaría desmotivador y frustrante? ¿Por parte de una generación hiperestimulada, criada en la cultura de la rapidez, la apariencia, el consumismo y el desmedido entretenimiento visual?
Presumir, tal y como solía hacer, que mi espíritu crítico debería haberse gestado en un aula universitaria donde los grandes maestros del pasado infundieran respeto es, cuanto menos, pecar de romántico. Sigue siendo una tarea harto imposible. Únicamente quien arremete contra Ilión al lado de los aqueos, quien navega de regreso a Ítaca, quien dialoga con los grandes filósofos, quien se deja llevar por las historias de los grandes autores; ya sea motu proprio o guiado por los Virgilios que todavía deslumbran desde la cátedra u otro inesperado pedestal, y, lo más importante, sólo quien a partir de la magna lectura comprensiva duda y cuestiona constructivamente para sentar un pensamiento que merezca la pena (¡y el tiempo!) puede afrontar la vida más orgullosamente si cabe, pues a las tareas y responsabilidades que se nos imponen, por más patéticas que sean, debe superponerse la pátina de las buenas ideas que construyen y engrandecen una civilización. El ruido; todo lo demás se perderá en el ceremonioso silencio de la lectura.
Feliz Día del Libro, por cierto.
menéame