Llegó asustado, nervioso, como si fuera la primera vez que fuera a dar un discurso y nadie lo hubiese escuchado. Le preocupaba la gente que pudiera castigarle aunque no mucho. Aquel que había denunciado a uno de los suyos había sido abandonado por todos. Que se joda, exclamó la mayoría. Le preocupaba que alguno de los suyos le hiciera sombra y que empezaran a darle de lado. Total, tampoco era él el que más cadáveres tenía a sus espaldas. Otros le ganaban por goleada. Era uno más y, por un momento, deseó estar...