Hace 9 años | Por milnovecientos a eltransito.me
Publicado hace 9 años por milnovecientos a eltransito.me

Desde hace unos cinco años hago todos los días la línea de tren que va hasta Humanes para llegar al trabajo. Me bajo del cercanías –o lo cojo, según vaya aburrido o vuelva cansado- en Leganés. Paso por Orcasitas, Villaverde Alto, y otras paradas donde me entretengo leyendo u observando a mis compañeros de viaje. De entre todas las tipologías humanas que, no sin cierta vergüenza, voy creando en mi cabeza, una de las que más presente tengo es la de las pandillas del andén.

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conversador

Navegando por Internet me encontré hace tiempo una entrada de un blog http://www.20minutos.es/columna/60552/1/Gitanos/murcianos/ocupaciones/
que decía que en el Código Militar Español hasta el año 1978 se advertía a los reclutas de que “no se deben relacionar con murcianos, gitanos y gente de mal vivir”. Parece ser que la referencia a los murcianos en las Ordenanzas Reales de Carlos III y en el Código Militar Español, poco tiene que ver con Murcia como ciudad o región, sino que guarda relación con la palabra “murcio”, que de acuerdo con la web de la Real Academia Española significa burro, acémila, mulo, borrico, pollino, asno, etc. y que se utilizaba en la edad media para designar a este animal y por añadidura, se llamaba murciano al individuo que trataba,(gitanos sobre todo) que hacía tratos, comerciaba, compraba, vendia, cambiaba o robaba este tipo de animales o sea que el edicto de Carlos III, se refería precisamente a esta de gente que eran de muy poco fiar.

ElPerroDeLosCinco

Yo fui miembro de una de esas "pandillas de andén". No eramos delicuentes ni nada parecido, aunque ahora que he leido esto sí caigo en la cuenta de que podíamos intimidar o molestar a los viajeros por el uso que dábamos a la estación de nuestro pueblo. Aquello era nuestro club social, el lugar donde quedábamos "por defecto". Si llovía nos quedábamos en la zona cubierta, pero si hacía sol, nos sentábamos en las escaleras del extremo del andén. Los trenes pasaban zumbando a centímetros de nuestras cabezas y no nos inmutábamos, solo hablabamos más alto (aun) para que se nos oyera. Al principio los jefes de estación nos molestaban o nos prohibían ponernos allí, pero con el tiempo llegaron a tolerarnos bastante bien.

Os voy a decir una cosa: el mejor olor del mundo es el que deja un tren (eléctrico) al pasar. No se si era el ozono de los chispazos en la catenaria, o por el roce del acero o qué, pero por un instante después del paso del tren, había algo mágico en el aire.

D

Joya de artículo.