El intento de equiparación del Imperio Romano al dominio estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial es tan viejo y manido como, en mi opinión, errado. Se trata de dos clases de imperialismo distinto con un contexto particular y pienso que, sin perjuicio de similitudes (como se pueden dar entre cualquier dos clases de regímenes políticos) obedece más a un intento de caracterización ideológica que a un análisis serio.
Sin entrar en este debate, la historia, como dice el adagio, puede que no se repita, pero sí rima. Y de un tiempo a esta parte no paro de ver similitudes entre la degradación institucional estadounidense y la República romana tardía. Y no puedo dejar de ver cómo algunas actuaciones concretas de Trump riman con acciones de Cayo Julio César.
Dejemos esto claro: Trump no le llega a la suela de los zapatos a César en absolutamente nada. Tal vez mi opinión esté un poco sesgada por ser este último mi personaje histórico favorito, al que le he dedicado horas y horas de estudio; pero creo que sólo un fanático podría ponerlos en la misma liga, fuera de sus similitudes: instinto autocrático, el recelo a las instituciones y tener ambos un perfil outsider al statu quo, a pesar de ser, ambos, de rancia "aristocracia" nacional.
Al hilo del “NO KINGS” reciente en Estados Unidos y de las manifestaciones contra las pulsiones del presidente, Trump posteó un vídeo realizado con inteligencia artificial que lo representa como un rey, con la parafernalia y panoplia asociada a un monarca clásico inglés.
Y esto no deja de recordarme el incidente de las Lupercales del año 44 a.C.
Otro de los versos que riman entre EE.UU y Roma es el odio que le tenían al concepto mismo de rey. Ambos se rebelaron contra su monarquía, la primera mediante una escisión. En Roma, acusar a alguien de querer ser rey era la principal y más grave acusación que se le podía hacer a un rival político, y fue causa del fin deshonroso de carreras extraordinariamente exitosas como la de Escipión Africano. Ser Rey era anatema. Como en EE.UU.
Existe la imagen simplista (y por tanto errónea) de que un día había República y al otro llegó César y montó un Imperio que heredaría Augusto. La República llevaba décadas siendo degradada progresivamente. Se ignoraban procedimientos legales, se hacían cosas manifiestamente contra ley, se inventaban normas, se eludían otras, la fuerza primaba sobre la razón. César empujó contra la República, no halló resistencia (con unas instituciones muy debilitadas), empujó un poco más, y empujó y empujó hasta que se percató de que nada quedaba de ella salvo el nombre. Fue, repito, algo gradual que derivaba desde antes siquiera de su nacimiento.
Otro verso que rima.
Pongámonos en contexto: derrotados todos sus enemigos principales, César es el primer hombre de Roma y el auténtico amo del cotarro. Acumula poderes y privilegios nunca vistos en un dirigente romano desde el rey Tarquinio el Soberbio.
Y en este contexto se produce la pantomima del ofrecimiento de la corona de rey a César en las Lupercales de ese año. Se trataba de una fiesta por demás curiosa, en la que hombres desnudos vestidos con piel de lobo jaraneaban, se emborrachaban y daban leves latigazos a jóvenes muchachas, que creían que eso favorecía su fecundidad.
En medio del jolgorio sucede lo siguiente: Marco Antonio ofrece o pone una corona a César tres veces. La plebe reacciona de forma, por lo general, desfavorable. Cuando César la rechaza por última vez, el populacho lo vitorea.
Y hay tres formas de ver este hecho, sobre el cual ni las fuentes antiguas ni los estudiosos contemporáneos se ponen de acuerdo. Como no somos ingenuos, vamos a partir de la base que el ofrecimiento no fue algo espontáneo sino coreografiado; la incógnita es por qué:
- Unos dicen que esto únicamente pretendía escenificar el rechazo de César, y que, a pesar de gozar de todos los poderes de un rey, no tenía deseos de serlo ni de acabar con la República.
- Otros entienden que esto pretendía escenificar que el pueblo romano deseaba ver a César como rey, aunque él lo rechazase, porque entiende que los símbolos no son nada comparado con el poder real que tiene.
- Y por último, la tercera teoría es que César pretendía probar cómo estaba el ambiente antes de tomar una decisión. Sostiene que, si la gente hubiese aclamado en el primer intento de coronación, en vez de rechazarla la habría aceptado. Pero esto sirvió como forma de ver cómo estaban los ánimos, y al percatarse de que el pueblo romano seguía sin aceptar un rey, aprovechó para escenificar un rechazo. Win-win.
Lo bueno (y complicado) de César es que todo se explica de forma doble. Sus acciones, por lo general, pueden ser vistas como algo maquiavélicamente meditado, o como algo emocional y sincero. Lo que creo personalmente y lo que hace que sea mi personaje histórico favorito es que se dan ambas. Uno puede pensar que César perdonaba a sus enemigos porque pretendía actuar de puertas afuera como clemente y tener una clase senatorial favorable; otro puede opinar que César perdonaba únicamente por su candidez y clemencia innatas con sus colegas; y otros, entre los que me incluyo, creo que a César lo guiaban ambos instintos con igual intensidad.
Por eso me adhiero a la tercera teoría de la pantomima especificada en las Lupercales: una forma de meter el dedito en la piscina a ver si se zambullía o no. Si me declaro Rey a calzón quitado o simplemente me mantengo con todos los poderes de uno, pero salvando las apariencias.
Y por eso pienso que el infame tweet de Trump como rey es la puesta en escena del rechazo a la corona de las Lupercales, una forma de ver si su pueblo acepta la idea de verle como autócrata. Unas Lupercales tuiteras.
Pero lo que me causa más inquietud es que el pueblo americano no ha rechazado tan de lleno la idea de un rey como el pueblo romano. Y habida cuenta de que César tuvo que enfrentarse militarmente a muchos oponentes hasta ser el princeps romano, esto me da mucho en qué pensar.
Porque, como se dice, la historia rima.