Pliego donde un padre francés alecciona a su hijo sobre cómo debe comportarse en su viaje a España para que se encuentre cómodo y a gusto. No deja de resultar curioso por el repaso a los modos y formas de vida atribuidos a los españoles. El pliego se basa en la consideración de que los españoles son cristianos viejos y patriotas, al tiempo que se detiene sucintamente en señalar algunas de las características atribuidas a los habitantes de algunas regiones españolas, donde aconseja no hablar de política ni alardear de vestimenta.
En una de las mejores poblaciones de la Mancha vivía, no hace mucho tiempo, un rico labrador, muy chapado a la antigua, cristiano viejo, honrado y querido de todo el mundo. Su mujer, rolliza y saludable, fresca y lozana todavía, a pesar de sus cuarenta y pico de años, le había dado un hijo único, que era muy lindo muchacho, avispado y travieso.
Como este muchacho estaba mimadísimo por su padre y por su madre, era harto difícil hacer carrera con él. A pesar de su mucha inteligencia, a la edad de diez años, leía con dificultad y al escribir hacía unos garrapatos ininteligibles. Lo único que el chico sabía bien era la doctrina cristiana y querer y respetar al autor de sus días y a su señora mamá. El niño era tan gracioso y ocurrente, que tenía embobado a todo el vecindario. Cuantos le conocían le reían los chistes y ponían su ingenio por las nubes, con lo cual al rico labrador se le caía la baba de gusto.
-¡Qué lástima, decía, que este chico se críe cerril en el pueblo, sin hacer más que jugar al hoyuelo, a las chapas, al toro y al salto de la comba, con todos los pilletes! Si yo le enviase a un buen colegio, en una gran ciudad, sin duda que volvería hecho un pozo de ciencia, sería la gloria y el apoyo de mi vejez y serviría y honraría a su patria.
Tanto caviló en esto el labrador, que al fin, sobreponiéndose a la pena que le causaba el separarse de su hijo, le envió a que estudiase en París nada menos.
Seis años estuvo por allí estudiando en uno de los mejores colegios primero y después en la Sorbona.
Como él era, naturalmente, muy despejado, aprovechó mucho, y volvió a casa de sus padres sabiendo cuanto hay que saber, y además elegantísimo y atildadísimo: hecho un verdadero dije; lo que ahora llaman un dandy, un gomoso.
El padre y la madre estaban más encantados que nunca. Sólo no gustaban de cierto irreverente desenfado que el chico tenía y de que daba muestras a cada paso.
Iba a entrar o a salir por una puerta, y exclamando:
-San Fasón, San Complimán, San Ceremoní-, pasaba antes que su padre.
Hablaba su padre y le interrumpía, y no le dejaba hablar, diciendo:
-San Fasón, San Complimán, San Ceremoní.
Se ponían a la mesa y se servía antes que su padre y madre, tomando lo mejor de cada plato y diciendo siempre: -San Fasón, San Complimán, San Ceremoní.
El padre disimuló al principio, ya que por todo lo demás el muchacho le embelesaba: pero, al cabo, hubo de cargarse, perdió la paciencia, y dijo al chico con grande enojo:
-Mira, hijo mío, vete muy enhoramala y no me invoques ni me mientes más en tu vida a esos santos de Francia, que serán muy milagrosos, pero que están infamemente mal criados.
#2 Como ahora no mucha gente sabe francés, decir que "San Fasón, San Complimán, San Cermoní" son las pronunciaciones de "San façon, Sans compliment, Sans ceremonie" que, en castellano vendría a ser:
"Sin maneras, Sin cumplidos, Sin ceremonia"
Un bilbaíno va a ir a Madrid a estudiar, pero antes le pide consejo a su padre:
- Aita ¿algún consejo para cuando vaya a Madrid?
- Claro seme, se educado y nunca le preguntes a nadie de donde es.
- ¿Pues?
- Por que si es de Bilbao, ya te lo hará saber, y si no, no tienes por que hacerle pasar vergüenza.
Comentarios
Este hijo trajo de Francia algunas novedades:
Los santos de Francia, de Juan Valera
En una de las mejores poblaciones de la Mancha vivía, no hace mucho tiempo, un rico labrador, muy chapado a la antigua, cristiano viejo, honrado y querido de todo el mundo. Su mujer, rolliza y saludable, fresca y lozana todavía, a pesar de sus cuarenta y pico de años, le había dado un hijo único, que era muy lindo muchacho, avispado y travieso.
Como este muchacho estaba mimadísimo por su padre y por su madre, era harto difícil hacer carrera con él. A pesar de su mucha inteligencia, a la edad de diez años, leía con dificultad y al escribir hacía unos garrapatos ininteligibles. Lo único que el chico sabía bien era la doctrina cristiana y querer y respetar al autor de sus días y a su señora mamá. El niño era tan gracioso y ocurrente, que tenía embobado a todo el vecindario. Cuantos le conocían le reían los chistes y ponían su ingenio por las nubes, con lo cual al rico labrador se le caía la baba de gusto.
-¡Qué lástima, decía, que este chico se críe cerril en el pueblo, sin hacer más que jugar al hoyuelo, a las chapas, al toro y al salto de la comba, con todos los pilletes! Si yo le enviase a un buen colegio, en una gran ciudad, sin duda que volvería hecho un pozo de ciencia, sería la gloria y el apoyo de mi vejez y serviría y honraría a su patria.
Tanto caviló en esto el labrador, que al fin, sobreponiéndose a la pena que le causaba el separarse de su hijo, le envió a que estudiase en París nada menos.
Seis años estuvo por allí estudiando en uno de los mejores colegios primero y después en la Sorbona.
Como él era, naturalmente, muy despejado, aprovechó mucho, y volvió a casa de sus padres sabiendo cuanto hay que saber, y además elegantísimo y atildadísimo: hecho un verdadero dije; lo que ahora llaman un dandy, un gomoso.
El padre y la madre estaban más encantados que nunca. Sólo no gustaban de cierto irreverente desenfado que el chico tenía y de que daba muestras a cada paso.
Iba a entrar o a salir por una puerta, y exclamando:
-San Fasón, San Complimán, San Ceremoní-, pasaba antes que su padre.
Hablaba su padre y le interrumpía, y no le dejaba hablar, diciendo:
-San Fasón, San Complimán, San Ceremoní.
Se ponían a la mesa y se servía antes que su padre y madre, tomando lo mejor de cada plato y diciendo siempre: -San Fasón, San Complimán, San Ceremoní.
El padre disimuló al principio, ya que por todo lo demás el muchacho le embelesaba: pero, al cabo, hubo de cargarse, perdió la paciencia, y dijo al chico con grande enojo:
-Mira, hijo mío, vete muy enhoramala y no me invoques ni me mientes más en tu vida a esos santos de Francia, que serán muy milagrosos, pero que están infamemente mal criados.
#2 Chapeau bas, monsieur!
#2 Como ahora no mucha gente sabe francés, decir que "San Fasón, San Complimán, San Cermoní" son las pronunciaciones de "San façon, Sans compliment, Sans ceremonie" que, en castellano vendría a ser:
"Sin maneras, Sin cumplidos, Sin ceremonia"
#5 Les deux premières au pluriel...
#6
Un bilbaíno va a ir a Madrid a estudiar, pero antes le pide consejo a su padre:
- Aita ¿algún consejo para cuando vaya a Madrid?
- Claro seme, se educado y nunca le preguntes a nadie de donde es.
- ¿Pues?
- Por que si es de Bilbao, ya te lo hará saber, y si no, no tienes por que hacerle pasar vergüenza.
cierro al salir
En caso de Galiza ¿Te aburrimos, francés? y que se vayan