«Recuerdo que cuando íbamos a jugar al Calasanz de Butragueño, encima de una de las porterías estaba la bandera con el águila. Todo esto, para nosotros, era como ir a Abu Dabi, pues había que coger tres camionetas y se convertía en toda una aventura. Yo llegué con dieciséis años y entonces era un tirillas, un chaval con crecimiento ralentizado que casi no podía con el balón, normalmente un Mikasa. ¡Eso eran balones de verdad! ¡Quién hubiera jugado con Mikasa no tendría que haber hecho la mili!»
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