Me molesta mucho, pero mucho, el tono afectadamente humilde que Íker Jiménez utiliza en los discursos con los que suele terminar los “Cuarto Milenio”, pero, aun así, no es lo que más me molesta de la sección de “El cierre de Íker”. Tampoco lo que más me molesta de ese momento es la sucesión de trampas retóricas mediante las que dice y no dice, insinúa pero se guarda las espaldas, da a entender ideas disparatadas sin que nadie le pueda acusar de estar defendiéndolas abiertamente (“quizá...”, “a lo mejor...”, “¿quién nos dice que esto no es...
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