Fantasía, erotismo y pavor se entremezclan en un cóctel macabro en el depósito del aerógrafo, para traspasar después los límites del lienzo y cobrar vida en cuatro dimensiones. Detrás de su obra hay un demonio que pugna por salir: si Dalí tuviera un gemelo siniestro y oscuro, se llamaría Hans Ruedi Giger.
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