Casi tres décadas después el presidente de Nicaragua vuelve a ser el mismo que encabezó el gobierno de la revolución: Daniel Ortega. Pero ya no es un joven revolucionario e idealista. Hoy es un resentido, que ha envejecido no sólo biológicamente, sino sobre todo ética y moralmente. Poco antes de abandonar el poder, en 1990, Ortega, al igual que otros comandantes sandinistas se dedicaron a apropiarse de todo lo que tenían al alcance, en una acción que la sabiduría popular bautizó como “La Piñata”.
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