Hoy a mi pesar me encuentro en el tema de querer desmontar mitos. Mitos sobre el posmodernismo y su supuesto anti-intelectualismo y anti-cientifismo. Y bueno... a mi pesar vamos a analizar deconstructivamente el artículo que @feindesland ha publicado de un tal Adriano Erriguel. El artículo en concreto está aquí aunque lo iré citando párrafo por párrafo. Y todos mis respetos tanto a Adriano como a @feindesland. Pero bueno... ¡Vamos allá!
Es bien sabido que, desde un punto de vista filosófico, la posmodernidad irrumpió como la muerte de los llamados “grandes relatos”: las construcciones ideológicas que suministraban explicaciones omnicomprensivas de la realidad: las religiones, el patriotismo, el marxismo, el progresismo, etc. Todas estas construcciones ideológicas eran, huelga decirlo, mortalmente serias
Desde el inicio, el texto incurre en una generalización abusiva y engañosa: afirma que “es bien sabido que la posmodernidad trajo consigo la implosión de la Verdad”, como si de una ley aceptada universalmente se tratase. Esa fórmula –“es bien sabido”– no es inocente: actúa como dispositivo de autoridad, como si la afirmación no necesitara ser argumentada porque pertenece ya al sentido común. Pero lo que sigue es todo menos incuestionable.
La afirmación de que la posmodernidad eliminó la verdad es una distorsión forzada del pensamiento posmoderno. La crítica que autores como Lyotard, Foucault o Derrida realizaron no se dirigía contra las verdades verificables mediante el método científico, sino contra los “grandes relatos” legitimadores: es decir, las ideologías totalizantes que pretendían ofrecer un sentido universal y definitivo de la historia, del progreso, de la moral o de la identidad. Cuestionar el colonialismo, el patriarcado o el cientificismo como formas de poder no es negar que el agua hierva a 100 °C a una atmósfera de presión.
👉 En ningún momento estos pensadores sostuvieron que las ciencias formales como las matemáticas, o las ciencias naturales como la física, fueran "relatos" intercambiables con la astrología o la religión. De hecho, la matemática sigue funcionando con lógica deductiva y principio del tercero excluido, y la física mantiene su estructura falsable basada en modelos predictivos y estadística empírica. Eso no cambió, ni se implosionó.
Confundir ese tipo de conocimiento con “narrativas” al estilo mitológico o ideológico es caer en un relativismo que los propios posmodernos habrían criticado si se les hubiera atribuido con justicia. Además, esta confusión mina cualquier posibilidad de análisis serio, porque equipara la estructura epistemológica de la ciencia con las estructuras de poder simbólico que la posmodernidad buscó desmantelar.
En resumen: el texto se presenta como “analítico” pero incurre, ya de entrada, en un abuso de autoridad discursiva, en una falsa atribución (la posmodernidad niega la verdad), y en una comparación tramposa entre niveles de realidad radicalmente distintos. Y eso no es "bien sabido". Eso es desinformación.
A partir de los años setenta del pasado siglo la posmodernidad introdujo un elemento de juego, de aleatoriedad y de cinismo en un mundo en el que la Verdad había implotado, y en el que los metarrelatos daban paso a una miríada de microrrelatos, todos ellos tan válidos como irrelevantes. Conviene tener presente que la posmodernidad filosófica se define, ante todo y por encima de todo, por los juegos de lenguaje . Desde sus presupuestos casi todo se reconduce a una cuestión de semiótica , al libre juego entre el significante y el significado , a la desacralización del lenguaje, que se ve expuesto como envoltura retórica con infinitos niveles de lectura. Nada hay, por tanto, que pueda salvarse de la quema: todo es susceptible de ser deconstruido en inacabables juegos lingüísticos con un horizonte de autonomía absoluta desde el momento en que ninguno de ellos remite a una realidad trascendente .
Claaaaro, el problema es que el posmodernismo juega con el lenguaje. ¡Qué travesura! Como si antes del posmodernismo todo el mundo hubiera usado el lenguaje con bisturí quirúrgico y respeto sagrado. Pobrecito el significante, desamparado, sin su significado, vagando por los márgenes de la historia mientras Derrida se ríe con voz de villano.
Y por supuesto, la... ¡chan chan cháaaaan! semiótica... esa cosa malvada que vino a decirnos que el lenguaje es una herramienta y no una paloma blanca enviada por los dioses. ¡Escándalo! ¿Cómo se atreven a decir que antes de contar vacas necesitamos comunicarnos para que no nos maten mientras las contamos? Pero bueno… sigamos culpando al posmodernismo de todo: del caos, del lenguaje, de la alergia primaveral y de que se nos quemen las tostadas. Porque sí, el lenguaje es una herramienta, y además una de las más antiguas, versátiles y democráticas que tenemos. No hay nada que “desacralizar” porque nunca fue sagrado: fue útil. Antes de contar ovejas ya nos comunicábamos y hasta hay gente que dice que para tener una propiedad pública y común que arrastrábamos en caravanas, cuando las riquezas y lo no prescindible pesaban demasiado.
El lenguaje sirve para sobrevivir, para coordinar, para amar, para engañar, para imaginar… ¿y ahora resulta que jugar con él es algo peligroso o radical? No, lo peligroso sería no poder jugar con él.
👉 Que haya quien use el lenguaje para provocar, crear, subvertir o simplemente decir estupideces… pues claro. Para eso sirve. Como cualquier herramienta: depende de quién la use y para qué. ¿O acaso el martillo es malo porque alguien lo usó para romper una ventana?
Toda esta cocción deconstruccionista –cuyas cabezas pensantes serían conocidas en América como la “french theory”– pasaría a proporcionar, en los años setenta, cierta credencial teórica al vendaval de gamberradas y de provocaciones que pasó a alojarse bajo el nombre de contracultura . Tomando el relevo de los situacionistas de los años 1950 y 60 (que estaban todavía lastrados de utopismo marxista) los “jóvenes airados” de la posmodernidad se alzaban sobre la quiebra del sistema valorativo burgués, al tiempo que cabalgaban las angustias e incertidumbres de la nueva sociedad posindustrial. En cierto modo estos jóvenes representaban la inversión nihilista y sarcástica del activismo progresista de 1968
Con la llegada de la posmodernidad, los dogmatismos ideológicos cedían el paso a una época en la que los punk se adornaban con esvásticas (corte de mangas al establishment de la Segunda Guerra Mundial), en la que las bandas de rock tenían nombres fascistas o anarquistas –Joy Division , New Order , Durruti Column –, en la que el “sex pistol” Sid Vicious disparaba sobre el público en un concierto y en la que el rockero Alice Cooper anunciaba que iba a colgar a un enano en el escenario. Provocaciones que hoy serían imposibles, pero que entonces a nadie se le ocurría tomar demasiado en serio. Al fin y al cabo, todo era una gigantesca broma –los punk eran compulsivos bromistas (pranksters )–, una distorsión irónica entre significantes y significados. Siguiendo la semiótica posmoderna todo parecía indicar que, al negarse la univocidad y la objetividad del lenguaje, al reivindicarse su inagotable polisemia, se llegaría a un estadio de libertad absoluta en que sería posible decirlo todo, cualquier cosa, anything goes . Y sin embargo …
Eeeem... aquí se están mezclando churras con merinas. A ver:
La contracultura de los 60 y 70 NO fue un producto directo del posmodernismo filosófico. Más bien, fue un movimiento social y cultural popular que emergió de la protesta contra la guerra de Vietnam, la injusticia racial, el consumismo, y la rigidez moral de la posguerra. El posmodernismo filosófico, en cambio, fue un desarrollo mucho más académico, elitista y teórico, que en esos años florecía en universidades europeas mayormente (e incluso algunas estadounidenses) con pensadores como Foucault, Derrida, Lyotard, que trabajaban sobre análisis del lenguaje, el poder y las estructuras culturales, pero sin un impacto masivo inmediato en la calle. El posmodernismo es, sobre todo, occidental. Tal y como puedan serlo también el marxismo y por desgracia el fascismo y la frenología.
Sí, hubo cierta coincidencia temporal y alguna influencia mutua, pero no es correcto ni serio decir que la contracultura fue la “manifestación popular del posmodernismo” o que el movimiento punk o las provocaciones eran esencialmente posmodernas. Más bien, fueron respuestas rebeldes, con un carácter político claro y ancladas en realidades concretas, como la resistencia contra la guerra y la autoridad, no en juegos semióticos o deconstructivos. El posmodernismo llegó después para teorizar, analizar y criticar la modernidad desde la academia, mientras que la contracultura fue más bien la explosión social y cultural que expresaba el malestar de la época.
Por cierto: lo que también destila el último párrafo ¿no es un poco peligroso? Lo que se está insinuando aquí es, en realidad, bastante serio: que no hay ningún terreno firme desde el cual discutir o poner a prueba las afirmaciones. Pero todo puede (y debe) ser puesto en cuestión: ya sea mediante el método científico —que, por cierto, no es rechazado por el pensamiento posmoderno, aunque sí cuestionado en su pretendida objetividad y en su papel como único garante de verdad— o a través de la argumentación racional, basada en el lenguaje, que también tiene sus reglas.
👉¿No es eso, al fin y al cabo, lo que algunos llaman el “mercado libre de ideas”? La posibilidad de debatir, de contrastar perspectivas, de criticar incluso los marcos desde los que criticamos. Ese es el verdadero escepticismo, el que nos ha hecho desechar científicamente tanto cuentos de hadas como la astrología, mala ciencia soviética como la que se opuso a Nikolái Vavílov o puro racismo hecho ciencia como la frenología.
Sin embargo, sucedió justamente lo contrario. Al cabo de dos décadas un nuevo puritanismo –la corrección política– desencadenó una purga inquisitorial sobre el vocabulario; listas enteras de palabras quedaron proscritas, malditas, para ser sustituidas por una una orwelliana “Nuevalengua” destinada a blindar los dogmas del sistema. La risa pasó a contemplarse con desconfianza, en cuanto casi siempre es irrespetuosa, suele ser cruel y es además susceptible de ofender a alguna minoría. Por eso la risa pasó a enlatarse en las fórmulas previsibles y pasteurizadas de los guiñoles televisivos y del “entretenimiento informativo” (infotainment ). Las sofisticaciones posmodernas cedieron al paso a un furor moralista y justiciero que todo lo invadía y que no toleraba ambigüedades. La empresa positiva de unificación benéfica de la humanidad no tolera bromas fuera del guión: autocensura y vigilancia, todos somos pecadores.
Aquí todo bien, ¿no? Hablando de “purga inquisitorial” y de una “Nuevalengua orwelliana” como si la corrección política fuera un mal absoluto que impone censura masiva. Pero hay que distinguir bien las cosas. La censura auténtica, como la histórica lista Haines en la televisión norteamericana, sí existió: prohibían palabras y contenidos para no ofender al “público general” según criterios muy conservadores y muchas veces arbitrarios. Eso era censura, punto. Pero lo que hoy llamamos corrección política, en realidad, no es censura sino la negativa a tolerar discursos de odio y discriminación. No se trata de silenciar opiniones o pensamientos críticos, sino de no darle espacio social a la intolerancia y la violencia simbólica. No es cerrar bocas, sino establecer límites para que la convivencia sea posible.
Ser intolerantes con la intolerancia no es censura; es una cuestión de justicia social y respeto básico a la dignidad de personas y grupos LQTBiQa+ y otras minorías. El lenguaje del odio no debe tener cabida en una sociedad que se dice democrática. Así que hablar de “purga” y “Nuevalengua” es confundir intencionadamente la legítima lucha contra la discriminación con un supuesto totalitarismo lingüístico.
¿Cómo va a ser la risa “pasteurizada” y vigilada la que llaman woke o posmoderna? ¿Acaso no hemos visto suficientes sitcoms estadounidenses? Esa es una crítica demasiado simplista y un poco desconectada de la realidad histórica del humor en la televisión. Ese humor “neutro” del que hablan no es woke ni mucho menos progresista; más bien era el humor conservador, encorsetado en normas de la época, que apuntaba a mantener el orden social tradicional. Se regía por un sentido “familiar” que, lejos de ser inocente, actuaba como un filtro para evitar cuestionamientos profundos y para mantener en su sitio a “los sospechosos habituales”: minorías, disidentes, grupos marginados.
Este humor edulcorado no es producto de la corrección política moderna, sino un reflejo del control social previo, que limitaba la libertad de expresión a la comodidad del statu quo y la complacencia con estructuras opresivas. Lejos de promover un debate real o una crítica social, ese tipo de humor funcionaba para domesticar, para evitar que la gente se cuestionara lo esencial.
Por eso, atribuir este tipo de humor a un furor moralista y justiciero posmoderno es confundirse y olvidar que ese control del humor ya venía de mucho antes, desde una cultura televisiva bastante conservadora y rígida, nada que ver con la crítica progresista que intenta abrir espacios de diversidad y respeto.
¿Eso era, a fin de cuentas, la posmodernidad? Si en sus inicios ésta se presentaba como un horizonte de posibilidades infinitas, desde el punto de vista de las libertades concretas –libertad de pensar, libertad de disentir, libertad de crear, libertad de provocar– el experimento desembocó en todo lo contrario: en el Imperio del Bien (Philippe Muray) con sus devotos, sus capillas y sus “ligas de la Virtud”. Un monumental fiasco. Cabe por tanto preguntarse si la posmodernidad –que al fin y al cabo anunciaba el fin de los “grandes relatos”– no fue adulterada o traicionada, hasta ser reconducida hacia un nuevo/viejo “gran relato” progresista, biempensante y mundialista, nada cínico y mortalmente serio.
Vamos a dejar las tonterías de comparar el progresismo con una religión, ¡que ya cansa! Es la misma retórica vieja que usan los más retrógradas, esos mismos que se autodenominan “Alt-right en EEUU” y que se quejan de las “capillitas” progresistas como si el activismo por la justicia social fuera una secta. Lo que pasa es que no quieren perder privilegios ni que se cuestione su poder. Lo de “lo bienpensante” se usa como insulto para desacreditar cualquier postura que defienda la inclusión, como si eso fuera algo negativo. Pero pregunto yo: ¿no es mucho mejor tener una cultura que lucha contra el odio, que protege a las minorías y que pone límites claros al discurso de la intolerancia? ¿Desde cuándo defender la empatía, la diversidad y el respeto se volvió algo malo? ¿Y desde cuándo eso fue posmoderno, que no es más que una rama de la filosofía que se ocupa del conocimiento e indirectamente del problema de la demarcación? ¿También nos damos cuenta que la mayor parte de lo que en derecha se llaman "políticas identitarias" no tienen ninguna cabida en el posmodernismo más clásico igual que no lo tienen Marx y otras identidades como las nacionales?
Lo que el texto llama un “fiasco” es en realidad una batalla constante por expandir libertades reales, no una traición ni una vuelta a ningún “gran relato” dogmático (sobre todo si es posmodernismo) sino la lucha por una sociedad más justa, plural y humana.
Como final: Y por si queda alguna duda: el posmodernismo y el escepticismo científico no son enemigos. De hecho, comparten algo esencial: la desconfianza ante los relatos únicos, cerrados, que pretenden explicarlo todo.
👉 El escepticismo científico parte de la duda. No da nada por sentado, somete las ideas a revisión constante, y asume que el conocimiento siempre es provisional.
El posmodernismo, por su parte, invita a poner en cuestión los discursos dominantes. No para negar la realidad, sino para entender quién habla, desde dónde, y a quién beneficia esa "verdad".
Ambas posturas comparten una actitud crítica: la resistencia a aceptar verdades absolutas sin examen, ya sean científicas, políticas o culturales.
No se trata de relativismo sin brújula, sino de una conciencia más profunda de los límites del saber. De que incluso nuestras certezas están enmarcadas en contextos, intereses y perspectivas.
En el fondo, no hay tanto abismo entre ambos enfoques. Solo distintas maneras de hacerse una misma pregunta:
¿cómo es que sabemos lo que creemos saber?
Y sin más aquí tenéis mi problemática y deconstrucción al articulete de marras. Un abrazo a todas, todos y todes.
Edit: en artículos no sé cómo poner etiquetas, voy a ponerlas como hargstags...
#Posmodernismo #Crítica #Conocimiento #Problematización #Woke #Progresdemierda #regres