Culminada la ofensiva contra el tabaco, vencida también la batalla contra las grasas trasgénicas, Nueva York se dispone ahora a apretar el cinturón a sus ciudadanos haciéndoles pagar de un 10% a un 15% más por una lata, bote o botella de bebida edulcorada. Un impuesto “de salud” en las bebidas refrescantes. Por su generosa contribución a la obesidad de los norteamericanos y para cubrir los gastos sanitarios y reducir su consumo, sobre todo en los niños. Y para sanear de paso las maltrechas arcas públicas.
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