Al margen de la evidente falta de sensibilidad del señor arzobispo, que no dudó en empañar la memoria de una persona recien fallecida con acusaciones de cobardía, y su empeño en sostener a toda costa puntos de vista que han quedado anclados en ese pasado en el que la Iglesia se consideraba dueña y señora de las almas de todo el mundo, el comentario de su Eminencia denota un sorprendente desconocimiento de los textos que nos han legado los Evangelistas y una visión teológica mal planteada.
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