En las relaciones carnales, ellas debían «ser sumisas a sus maridos y no tener nunca un papel activo». Esta mentalidad, sostiene, afectaba a todos los ámbitos de la intimidad: «Un dato curioso es que se insistía en que la postura correcta para realizar el acto carnal era lo que hoy denominamos 'el misionero'. Esto se adaptaba a los preceptos de sumisión femeninos».
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