El 23 de octubre de 1940 Heinrich Himmler, el cabecilla de las temibles Gestapo y SS, aterrizaba en Barcelona con una numerosa comitiva. Una compañía de infantería le rindió honores. En el trayecto desde el Aeropuerto del Prat hasta Barcelona se veían innumerables banderas con la esvástica y mi libro de texto aún tenía narices de decir: “Durante la Segunda Guerra Mundial el Régimen de Franco mantuvo una estricta neutralidad”.
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