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Huerto evolutivo: el algodón no engaña

Encontrábase en un escritorio de secuoya roja, sentado holgadamente sobre un sillón de piel de chinchilla, Kent Hovind contando cheques. Se sentía animado, después de todo inventariar tales láminas de pasta de celulosa era una buena manera de despejar la mente tras horas sumando billetes. Sin embargo, los diabólicos azares del destino quisieron que en un descuido se cortara el dedo índice en tal empresa, inmediatamente lo llevó a la boca y tomando su llave de oro abrió el botiquín de rodio.

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