El lince fue una alimaña tardía. Mucho después que lobos, osos o zorros, la ley los calificó como dañinos en 1902 a 3,75 pesetas el ejemplar muerto. Bastaron unas décadas del siglo XX para dejar a la especie al borde de la extinción: menos de 100 ejemplares en 2002. La situación la revertió un programa de recuperación (con millones de dinero público) al que todo el mundo parecía querer apuntarse: Castilla-La Mancha, Extremadura, Portugal o la Región de Murcia pidieron linces. Ahora le tocaba el turno a Castilla y León, Aragón y Catalunya.
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