Uno de los grandes éxitos del feminismo es haber conseguido normalizar una postura extrema... y haber pintado como radicalismo a la moderación que se le opone. No es un logro inédito, dada la conocida capacidad de los grupos pequeños, pero lo bastante entusiastas, para propagar una nueva fe. Esto explica por qué mucha gente corriente, mucha gente buena, todavía se siente moralmente obligada a definirse como "feminista" y a rechazar los actos más abiertamente extremos del activismo como no "representativos" del feminismo auténtico.
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