En 1859, un devastador terremoto arrasó la antigua capital de Azerbaiyán que se tuvo que trasladar a Bakú. Ahora los científicos del MIT y de la Academia Nacional de Ciencias de Azerbaiyán han descubierto una gran acumulación de tensión sísmica al analizar más de 10 años de datos de GPS de Bakú y las regiones circundantes. "No hace falta que sea un gigantesco terremoto". Esta tensión geológica entre las placas Euroasiática y la placa arábiga pone en peligro la población de Bakú, el suministro de petróleo a Europa y la salud del mar Caspio.
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