A principios de 2010 fui víctima de un robo de un iPhone con este método en un Starbucks en el centro de Madrid y durante estos días en Barcelona lo han intentado hacer dos veces más. Para evitar que a otras personas les pase, explico cómo funciona.
#7:
Ahí va mi batallita al respecto es larga, aviso:
Un día de enero de 2.005 en la la Gran Vía de Madrid entré en una cafetería a desayunar. Cuando terminé con el café y la tostada llamé el camarero, que me trajo la cuenta en una bonita bandeja plateada. Dejé un billete de diez euros sobre ella y esperé a que regresase leyendo el periódico. Se acercaron a la mesa dos niñas y un niño gitanos, la mayor tendría unos diez años y fue la que me pidió una limosna con acento rumano, la otra niña de apenas cuatro me miraba fijamente, y el niño, de unos cinco añitos sostenía frente a mi el periódico la farola demostrando así su condición de pobre. Por convicciones morales tenía claro que no les daría nada.
Descubrí que el niño que sostenía el periódico con sus dos pulgares, colocaba éste encima de la bandeja plateada y que, utilizando el meñique y el anular como una pinza, trataba de coger el billete. Cuando lo atrapó, le agarre la mano y el billete, y, descubiertos, rápidamente huyeron los tres dejándome con los diez euros en la mano. Me levanté precipitadamente con la intención de cogerlos, pero tropecé con una gitana de unos setenta años y cien kilos de peso, tras de la cual parecía que se hubieran escondido los niños.
Me despache a gusto con la señora. Indignado le dije que aquello era un delito, que no se podían utilizar niños para mendigar y mucho menos para delinquir, que esos niños tenían que estar en el colegio, que obligarles a hacer esas cosas era condenarlos a la miseria, que iba a llamar a la policía…. La gitana me miraba atónita mientras decía : “que no, que no….”. En el culmen del discurso edificante, se acercó el camarero y me explicó que conocía a esa señora, que vendía lotería habitualmente por las calles y las cafeterías del centro de Madrid hacía más de cincuenta años y que aquellos niños no venían con ella, que eran gitanos rumanos... Mientras pensaba “tierra trágame”, y me maldecía por mis prejuicios, me disculpé lo mejor que pude.
Ella, que había aprovechado la sonrisa y la confianza, aprovechó la ocasión para endosarme un décimo de la tira que llevaba colgada por un imperdible en el pecho. Además de los doce euros que costaba la participación, le tuve que dar otros tres euros de recargo, que mi conciencia pagó gustosamente, tratando de aliviarme el bochorno.
Cuando días después se celebró el sorteo, me tocó lo que jugaba, doce euros. No los he canjeado nunca, guardo el décimo en lugar visible, para recordarme que las cosas, a veces, no son lo que parecen. El número era el 52.127 de sorteo que se celebró el 12/02/2005
Un día de enero de 2.005 en la la Gran Vía de Madrid entré en una cafetería a desayunar. Cuando terminé con el café y la tostada llamé el camarero, que me trajo la cuenta en una bonita bandeja plateada. Dejé un billete de diez euros sobre ella y esperé a que regresase leyendo el periódico. Se acercaron a la mesa dos niñas y un niño gitanos, la mayor tendría unos diez años y fue la que me pidió una limosna con acento rumano, la otra niña de apenas cuatro me miraba fijamente, y el niño, de unos cinco añitos sostenía frente a mi el periódico la farola demostrando así su condición de pobre. Por convicciones morales tenía claro que no les daría nada.
Descubrí que el niño que sostenía el periódico con sus dos pulgares, colocaba éste encima de la bandeja plateada y que, utilizando el meñique y el anular como una pinza, trataba de coger el billete. Cuando lo atrapó, le agarre la mano y el billete, y, descubiertos, rápidamente huyeron los tres dejándome con los diez euros en la mano. Me levanté precipitadamente con la intención de cogerlos, pero tropecé con una gitana de unos setenta años y cien kilos de peso, tras de la cual parecía que se hubieran escondido los niños.
Me despache a gusto con la señora. Indignado le dije que aquello era un delito, que no se podían utilizar niños para mendigar y mucho menos para delinquir, que esos niños tenían que estar en el colegio, que obligarles a hacer esas cosas era condenarlos a la miseria, que iba a llamar a la policía…. La gitana me miraba atónita mientras decía : “que no, que no….”. En el culmen del discurso edificante, se acercó el camarero y me explicó que conocía a esa señora, que vendía lotería habitualmente por las calles y las cafeterías del centro de Madrid hacía más de cincuenta años y que aquellos niños no venían con ella, que eran gitanos rumanos... Mientras pensaba “tierra trágame”, y me maldecía por mis prejuicios, me disculpé lo mejor que pude.
Ella, que había aprovechado la sonrisa y la confianza, aprovechó la ocasión para endosarme un décimo de la tira que llevaba colgada por un imperdible en el pecho. Además de los doce euros que costaba la participación, le tuve que dar otros tres euros de recargo, que mi conciencia pagó gustosamente, tratando de aliviarme el bochorno.
Cuando días después se celebró el sorteo, me tocó lo que jugaba, doce euros. No los he canjeado nunca, guardo el décimo en lugar visible, para recordarme que las cosas, a veces, no son lo que parecen. El número era el 52.127 de sorteo que se celebró el 12/02/2005
#1 Es que ni en Madrid, ni en Barcelona, ni en Sevilla, vamos, que hay que ser tonto para ir dejando esas cosas fuera de la mano. Yo tengo un colega que ha perdido ya varios móviles porque se los olvida en las mesas de los bares, y eso que no bebe alcohol.
Eso lo vi yo hacer a unas "niñas rumanas sordomudas". Delante de todo el bar entraron hasta la última mesa se lo hicieron, cogieron una cartera y se fueron como un rayo. Nadie se dió cuenta hasta 5 segundos después de su desaparición y se armó gorda pero sin recuperación.
Poco después estaba con mi prima que habia venido a visitar la ciudad por el centro con su cara de turista y vinieron dos con un papel, aunque estabamos paseando y de pie, le pusieron el papel en la cara. Instintivamente le di un paraguazo en toda la cara a una de ellas y se fueron sin decir ni mú. Ella se quedó flipando cómo su primo le habia dado una ostia a una niña en la calle sin venir a cuento y le tuve que explicar de qué iba el rollo.
Yo soy el primero que defiende la libertad y todo eso, pero para que no ocurran estas cosas debería haber leyes mucho más duras que las actuales y que se apliquen. Mientras esto no pase, en España (y más en las grandes capitales) tendremos que ir siempre con sensación de inseguridad y desconfianza...
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Ahí va mi batallita al respecto es larga, aviso:
Un día de enero de 2.005 en la la Gran Vía de Madrid entré en una cafetería a desayunar. Cuando terminé con el café y la tostada llamé el camarero, que me trajo la cuenta en una bonita bandeja plateada. Dejé un billete de diez euros sobre ella y esperé a que regresase leyendo el periódico. Se acercaron a la mesa dos niñas y un niño gitanos, la mayor tendría unos diez años y fue la que me pidió una limosna con acento rumano, la otra niña de apenas cuatro me miraba fijamente, y el niño, de unos cinco añitos sostenía frente a mi el periódico la farola demostrando así su condición de pobre. Por convicciones morales tenía claro que no les daría nada.
Descubrí que el niño que sostenía el periódico con sus dos pulgares, colocaba éste encima de la bandeja plateada y que, utilizando el meñique y el anular como una pinza, trataba de coger el billete. Cuando lo atrapó, le agarre la mano y el billete, y, descubiertos, rápidamente huyeron los tres dejándome con los diez euros en la mano. Me levanté precipitadamente con la intención de cogerlos, pero tropecé con una gitana de unos setenta años y cien kilos de peso, tras de la cual parecía que se hubieran escondido los niños.
Me despache a gusto con la señora. Indignado le dije que aquello era un delito, que no se podían utilizar niños para mendigar y mucho menos para delinquir, que esos niños tenían que estar en el colegio, que obligarles a hacer esas cosas era condenarlos a la miseria, que iba a llamar a la policía…. La gitana me miraba atónita mientras decía : “que no, que no….”. En el culmen del discurso edificante, se acercó el camarero y me explicó que conocía a esa señora, que vendía lotería habitualmente por las calles y las cafeterías del centro de Madrid hacía más de cincuenta años y que aquellos niños no venían con ella, que eran gitanos rumanos... Mientras pensaba “tierra trágame”, y me maldecía por mis prejuicios, me disculpé lo mejor que pude.
Ella, que había aprovechado la sonrisa y la confianza, aprovechó la ocasión para endosarme un décimo de la tira que llevaba colgada por un imperdible en el pecho. Además de los doce euros que costaba la participación, le tuve que dar otros tres euros de recargo, que mi conciencia pagó gustosamente, tratando de aliviarme el bochorno.
Cuando días después se celebró el sorteo, me tocó lo que jugaba, doce euros. No los he canjeado nunca, guardo el décimo en lugar visible, para recordarme que las cosas, a veces, no son lo que parecen. El número era el 52.127 de sorteo que se celebró el 12/02/2005
#7 Me gustó la historia, te has ganado un voto positivo
Nunca hay que dejar nada de valor encima de la mesa ni el bolso colgado del respaldo de la silla. Esto es algo básico, al menos en Madrid y Barcelona.
Ah,.. y tampoco te fíes de estos
#1 Es que ni en Madrid, ni en Barcelona, ni en Sevilla, vamos, que hay que ser tonto para ir dejando esas cosas fuera de la mano. Yo tengo un colega que ha perdido ya varios móviles porque se los olvida en las mesas de los bares, y eso que no bebe alcohol.
Eso lo vi yo hacer a unas "niñas rumanas sordomudas". Delante de todo el bar entraron hasta la última mesa se lo hicieron, cogieron una cartera y se fueron como un rayo. Nadie se dió cuenta hasta 5 segundos después de su desaparición y se armó gorda pero sin recuperación.
Poco después estaba con mi prima que habia venido a visitar la ciudad por el centro con su cara de turista y vinieron dos con un papel, aunque estabamos paseando y de pie, le pusieron el papel en la cara. Instintivamente le di un paraguazo en toda la cara a una de ellas y se fueron sin decir ni mú. Ella se quedó flipando cómo su primo le habia dado una ostia a una niña en la calle sin venir a cuento y le tuve que explicar de qué iba el rollo.
Es de pura lógica. Las cosas de valor no se dejan a la vista. Y punto..
Anda que no he visto yo gente que para presumir de iphone lo dejan encima de la mesa...pues cuidadito, no os pasen el capote y desaparezca
y la foto del torero viene por... ?¿
Ah si, por eso te robaron el iphone!
En Argentina hay restaurantes en los que te dan abrazaderas para atar el bolso a la silla y evitar robos. Quizá deberíamos empezar a hacerlo aquí.
Yo soy el primero que defiende la libertad y todo eso, pero para que no ocurran estas cosas debería haber leyes mucho más duras que las actuales y que se apliquen. Mientras esto no pase, en España (y más en las grandes capitales) tendremos que ir siempre con sensación de inseguridad y desconfianza...