El negocio del turismo moderno es un monstruo que no respeta nada, que expolia por el beneficio sin pensar en el espacio habitado. Consume ciudades. Ocurrió con Venecia, con Japón y ahora con Roma, dejando cascarones vacíos que no se notan, porque el bullicio del turismo lo disimula. Dispara el precio de la vivienda y de la compra, desangrando al local hasta que tira la toalla y se marcha a las afueras. Y con él se lleva el encanto italiano.
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