Publicado hace 13 años por --50212-- a grimoriovoynich.blogspot.com

Tras muchos años ganándose la vida como abogado criminalista en Chicago, el señor Lincoln había decidido, a principios de los 20, retirarse del mundanal ruido, comprarse una casita en la tranquila población de Aurora y dedicarse a cultivar sus queridos guisantes de olor. Paz, quietud y jardinería era todo lo que ansiaba, y todo lo que pedía. Aquella tranquilidad acabó cuando su mujer decidió afiliarse, como muchas otras vecinas, a la Unión de Mujeres pro Templanza Cristiana. A partir de entonces todo cambió.