Estos días, en cada encuentro social de mi barrio, Poblenou (Barcelona), nunca falta la conversación de rigor sobre la “superilla”. Casi todo lo que escucho son quejas: problemas de tráfico, calles desiertas, negocios vacíos… Esta propuesta, que se lanzó en medio de una cobertura internacional muy positiva (aquí, aquí), lleva ya unos meses de implantación en su “prueba piloto”. ¿De verdad ha ido tan mal? Y ¿cómo se está evaluando el cumplimiento de los objetivos?
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