Si hace unos cuantos años ibas caminando por el Bronx y de repente un tipo malencarado, con sombrero de ala, gabardina y cuellos sospechosamente vueltos hacia arriba, se te presentaba como Lucciano mientras abría lentamente el estuche de un violín y te decía que te iba a tocar una pieza… Probablemente existían dos posibilidades.
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