La estupidez es funcional a ciertas dinámicas sociales porque favorece la estabilidad y el orden en sistemas jerárquicos o burocráticos, puede verse como una forma de selección adversa cultural: el sistema premia a individuos que, por su menor capacidad crítica o menor cuestionamiento, encajan mejor en roles donde la obediencia, la conformidad y la mediocridad son mejor retribuidos que la creatividad o el talento disruptivo. Esto hace que aquellos con menos capacidad o disposición para cuestionar y complicar al sistema prosperen.
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