Siempre he pensado que el socialismo, en su vertiente más pura, era una utopía, pero reflexionando sobre lo ocurrido en Paiporta hace justo un año empiezo a pensar que podría ser factible.
El socialismo perfecto debe cumplir la siguiente condición: los medios de producción, incluyendo los digitales como los algoritmos, deben estar en manos de los trabajadores.
Esto, por lo tanto, invalida como socialismo perfecto a los que requieren de un Estado, ya que el control de los medios de producción pertenecería al Estado y no a quienes los trabajan.
Para que este socialismo perfecto funcionase, tendrían que darse —a mi parecer— estas tres condiciones:
1. Voluntariedad
Si no existe voluntariedad, no existe el socialismo. Es imposible lograr el cooperativismo de forma forzada. Eso se hace patente en los Estados dictatoriales, como en la Alemania Oriental o en Cuba, donde las personas intentaban escapar. No se valora más la libertad que cuando no la tienes.
2. Presión moral de la comunidad
Si no existe una forma de presión moral de la comunidad, habría personas que, pese a estar de forma voluntaria, intentarían aprovecharse del esfuerzo colectivo, lo que se conoce como free ride. Esta forma de presión es muy común en los kibutz israelíes, donde no se expulsa a la persona, pero se la aísla socialmente: se le deja de hablar.
3. Educación en valores socialistas
La educación en valores socialistas consistirá en revertir la forma en que la sociedad se ha conformado en los últimos milenios. Observando a un bebé con un juguete se entiende que tenemos comportamientos posesivos innatos. Pero estos comportamientos pueden modelarse mediante la educación en sociedad.
Estos tres valores, más un cuarto —el aislamiento—, comprenden el córtex teórico que Ursula K. Le Guin despliega en su novela Los desposeídos, donde una parte de la humanidad decide separarse del resto para desarrollar una sociedad anarquista perfecta. Para esto emigran a otro planeta. Ursula, desde una perspectiva muy racional, no idealiza esta sociedad, sino que plantea los problemas de este aislamiento social.
“No hay nada como la libertad. No hay nada que valga tanto. No hay nada que la sustituya.”— Shevek, Los desposeídos
A lo largo de la historia han existido ejemplos reales de comunidades socialistas autogestionadas: la revolución anarquista que tuvo lugar en Cataluña y el Levante español durante los albores de la Guerra Civil, o la Comuna de París. En todos los casos, el Estado las destruyó como si se tratara de un agente patógeno. Solo experiencias como los kibutz, antes mencionados, o las comunidades zapatistas en Chiapas han logrado sobrevivir, aunque siempre bajo la tolerancia y el marco de un Estado, lo que los convierte en éxitos parciales.
Después de la DANA en Paiporta ocurrió algo inaudito: personas anónimas de todas partes de España se volcaron en ayudar a sus compatriotas de forma totalmente desinteresada. No necesitaron de un organismo central que las organizase ni de un empresario que las financiase. De una forma totalmente orgánica y espontánea, la ayuda llegó incluso más rápido que la respuesta oficial, más preocupada por la lucha por el relato que por sus conciudadanos.
“El anarquismo no es una utopía: es la tendencia natural de la humanidad a vivir libremente y a organizarse solidariamente.” — Errico Malatesta

Es esta chispa de cooperación y solidaridad, que se niega a ser erradicada por la programación social, la que me da esperanzas en la humanidad.
Quién sabe si algún día los desposeídos poseerán la Tierra.
Torrezzno
RoterHahn
RamonMercader