Europa siempre ha presumido de ser un dique frente a los excesos estatales. Derechos fundamentales, garantías judiciales, privacidad… Todo muy de este siglo. Pero basta con rascar un poco para descubrir que, en el fondo, seguimos obsesionados con la misma vieja tentación: mirar dentro de la casa, la mente y ahora también el teléfono de cada ciudadano.