Publicado hace 7 años por --491272-- a ilustracionliberal.com

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo vino al mundo en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899, ahorrándose uno de los nueve meses preceptivos de vida en la madre. Su padre, Jorge Guillermo Borges, era un brillante abogado muy culto, agnóstico y devoto –con perdón– del individualismo spenceriano. La mamá, Leonor Acevedo, católica, igual de bella que elegante, procedía de una estirpe abarrotada de uniformados próceres de la patria, y se dedicaba o volcaba por completo en el cuidado de los suyos y la casa.

Comentarios

EvilPreacher

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BiotSavart__

El monje ciego vigilante de la biblioteca de "El nombre de la rosa" se llama hermano Jorge como homenaje de Eco a Borges.

tiopio

Y cuando lo cogió por banda la Yoko Ono canosa...

D

"... las putas y el bacalao"

EvilPreacher

Como veo que hay dificultades para establecer le vínculo entre las dos palabras del título (por #1 lo digo) aclaro que los «los libros» se refiere, efectivamente, a los libros en general y por sinécdoque la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Por «la noche» se refiere a la ceguera. Borges, gran bibliófilo y amante de las bibliotecas, se quedó ciego en la misma época en la que le nombraron director de dicha biblioteca. Lo recuerda en este poema:

Poema de los dones:

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.