Hace 11 años | Por terol a finanzas.com
Publicado hace 11 años por terol a finanzas.com

Ayer estuvimos hablando por teléfono, como digo. Y no recuerdo bien por qué surgió el nombre de Petrinja. El asilo, dije. Ya sabes. Acabaremos todos como los del asilo de Petrinja. Hubo un silencio. «Te acuerdas, ¿no?», pregunté. «Cómo no me voy a acordar», gruñó con su voz de carraca vieja. Eso fue todo. Luego colgué, y con el teléfono en la mano me quedé pensando. Recordando. Estoy seguro de que también él se quedó igual. Desde hace veintiún años, ese nombre nos acompaña como una sombra negra. Como un aviso.

Comentarios

Fingolfin

En el libro "Territorio Comanche" contó el mismo episodio (él disfrazado en "Barles"), algo más extensa. Como Don Arturo sabe que no puede decirnos que no a sus lectores, aquí pego el trozo correspondiente:

"Lo del asilo ocurrió al principio de la guerra, cuando media Petrinja, evacuada por los croatas, aún no estaba en maños serbias. Era territorio comanche en estado puro, y el ruido de los cristales rotos chascaba bajo sus pasos cuando caminaron con precaución por el lugar vacío, uno a cada lado de la calle, vigilando los edificios y atentos a los cruces, por si los francotiradores. Con esa sensación en la cara interior de los muslos y en el estomago que da saberse solo en tierra de nadie. Habían buscado provisiones en una tienda despanzurrada: chocolate, galletas, una botella de vino. Más tarde, en unos grandes almacenes saqueados, Barles encontró un suéter de lana inglesa a su medida y Márquez una corbata de pajarita que se puso en el cuello de la camisa caqui. Después hicieron una entradilla en una plaza llena de agujeros, estamos aquí, etcétera, ciudad abandonada y demás. Barles con el micro de TVE en la mano y Márquez haciéndole un plano medio, con un ojo en el visor de la cámara y el otro alrededor, atento. Y cuando ya se marchaban dieron con el asilo de ancianos. Hubieran pasado de largo de no haber escuchado una voz, o un gemido, a través de los cristales rotos de una ventana. En el edificio, oficialmente evacuado ante el avance serbio, abandonados por los enfermeros en fuga, una docena de inválidos habían quedado atrás, tendidos sobre camillas, en un corredor oscuro junto a la puerta. Eran tres los días que llevaban sin agua ni comida, entre el zumbido de las moscas y el hedor de sus excrementos. Y cuando Márquez y Barles usaron sus Maglite para verlos mejor, desearon no haberlo hecho nunca. Un par de ellos estaban muertos. En cuanto a los que seguían vivos, iban a estarlo poco tiempo. Así que apagaron las linternas, encendieron el flash y los filmaron a todos, a los vivos y a los muertos. Al acercarles la cámara los ancianos se encogían en sus camillas, entre los orines y la mierda que manchaba ropas y sábanas, y chillaban débilmente enloquecidos de terror, tapándose los ojos alucinados, ciegos, deslumbrados por la luz del flash, suplicando a las dos sombras que se movían a su alrededor. Márquez y Barles trabajaban sin hablar ni mirarse, y a la luz del flash sus rostros crispados y pálidos parecían los de dos fantasmas. Sólo se interrumpieron una vez, cuando Barles se apoyó en la pared y se puso a vomitar, pero ninguno de los dos hizo comentarios. Después dejaron en las camillas toda el agua y la comida que tenían y subieron al primer piso, donde una bomba había sorprendido a un anciano vistiéndose para escapar. El viejo seguía allí. Llevaba tres días muerto, solo, sentado entre los escombros, cubierto de una capa de polvo y yeso desmenuzado, inmóvil y todavía con los zapatos ante los pies, junto a una conmovedora maleta de cartón y un sombrero. Tenía los ojos cerrados y una expresión serena, inclinada la barbilla sobre el pecho. Una costra de sangre seca le salía por la nariz hasta la barbilla sin afeitar y el cuello sucio de la camisa, y Barles le dijo a Márquez que le filmara el rostro; pero este prefirió hacerlo de espaldas, encuadrándolo tal y como se veía desde el pasillo: sentado ante la ventana destrozada por la bomba, silueta patética, gris, inmóvil en la sobrecogedora soledad de aquella habitación deshecha, entre los ladrillos y muebles rotos, los hierros retorcidos y los jirones -maleta, sombrero, zapatos, ropa, papeles entre los escombros- de su pobre vida concluida a oscuras, cuando oía correr a los otros por el pasillo, despavoridos, y él se vestía buscando a tientas los zapatos para escapar"

terol

#1 Pone los pelos de punta imaginar la escena.

fisico

Tomando unas cañas al norte de Serbia a principios de este año, pude ver que los serbios todavia estan indignados con los europeos y americanos que "les bombardearon".
Hace 5 años en Croacia, al preguntar porque no se veian coches Serbios en Zadar me dijeron que no se atreven a ir de vacaciones alli porque les pinchan las ruedas como minimo.
Unos y otros empezarian de nuevo, estoy seguro. Y el flamante premio Nobel de la paz de nuevo miraria hacia otro lado o demostraria su valor y devocion al deber saliendo por pies como en Srevrenica.

Fuera de las zonas turisticas aun se ven casas destrozadas por las bombas, impactos de bala y letreros junto a la carretera advirtiendo de campos de minas. Pone los pelos de punta, el paisaje es como nuestra costa mediterranea y puedes imaginarla despues de nuestra guerra civil. Y si vas con corbata cerca de la frontera Bosnia se creen que eres un enviado de la ONU repartiendo pasta.

p

La historia se repite y en la próxima seremos nosotros los que estaremos ahí.