Un estado que necesita rifles para relacionarse con una parte de sus ciudadanos ha dejado de ser, claramente, el estado de esos ciudadanos. Se ha convertido en otra cosa: una estructura de opresión que ya sólo se mantiene por la fuerza potencial, por la amenaza latente sobre la población. El rifle no estaba en la azotea necesariamente para disparar –esperamos–, pero estaba allí, y se hacía visible, para recordarnos a todos que podría pasar.