Durante mucho tiempo se ha creído que los millones de viviendas levantadas en los diez años previos al estallido de la burbuja inmobiliaria (2008) iban a quedar desiertas. Ciudades enteras, sin infraestructura y lejos de las grandes urbes, que se construyeron al calor de una burbuja de crédito promotor y a familias (con garantía hipotecaria en el último caso) que parecía no tener fin (ni sentido).
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