Desde que dejó La Moncloa en 1996, Felipe González ha pasado de ser el líder indiscutido del PSOE a convertirse en un azote para algunas de sus direcciones. La última muestra ha llegado con su demoledora crítica a la ley de amnistía de Pedro Sánchez, a la que ha tachado de “corrupción política”, y con su anuncio de que no votará al partido si el presidente insiste en su defensa. La pregunta que muchos se hacen hoy es si el PSOE debería sancionar al hombre que durante décadas fue su mayor emblema.
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