Jamás pertenecimos a ningún lugar. Tampoco nos conocíamos unos a otros. Cada uno por cuenta propia éramos viajeros del tiempo y el espacio, vagabundos del cosmos y sus eras; hasta que, accidentalmente, debió abrirse alguna brecha entre los agujeros de gusano que eran nuestras rutas, y uno a uno fuimos cayendo a este lugar donde la vida no cesa de ser una precariedad. Hemos quedado atrapados en este trozo de tierra con forma triangular, demarcada a los lados por ese par de brazos bifurcados del gran río maloliente, y por el Oeste, delimitados po
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