Mi casa no tiene salón. Al llegar a Madrid, descubrí que era más común de lo que imaginaba. La única ventana da a la M-30: con solo entreabrirla, se cuela el ruido del tráfico, un mar de coches y el aire contaminado. En días de lluvia, la luz es la misma que con sol, pero el piso compartido se convierte en un tendedero viviente: calcetines en estanterías, sábanas en puertas que no cierran. La humedad se adhiere a las paredes, el frío se filtra por ventanas endebles y la cocina es un pasillo donde apenas cabe una persona.
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