Todos o casi todos nos hemos puesto estos días en el pellejo de los ucranianos, y de ahí viene nuestra indignación porque, de repente, un país se vea agredido por un vecino mucho más grande y poderoso, y tenga que renunciar a su soberanía para cumplir las exigencias del grandullón o arriesgarse a desapaercer. Y no mediante un intercambio de palabras, oye: mediante bombardeos. La gente tenía su vida, su casa, su familia, y de pronto se ha encontrado bajo las bombas, muriendo, resultando herida o dejándolo todo atrás....