En Levante existió un singular rito, el “mortichuelo” o ”velatori”, que tenía lugar cuando moría un niño de poca edad, y cuya singularidad residía en todo el ceremonial que envolvía su enterramiento. En la estancia central de la casa mortuoria yacía el niño de corta edad, dentro de un féretro blanco. Durante toda la noche parientes y amigos cercanos de la familia le guardaban vela, pasando alegremente la noche. Los padres obsequiaban a los reunidos con “cacau y tramusos”, pasas o higos, acompañado todo con el clásico porrón o bota de vino.