La hambruna de Gaza puede medirse en las costillas salientes de una niña de 6 años. En la delgadez de sus brazos. En los kilos que ella y los que la rodean han perdido. En los dos tomates, dos chiles verdes y un solo pepino que un niño indigente puede comprar para alimentar a su familia ese día. En el norte de Gaza, aislado por soldados israelíes, cientos de miles de personas esperan horas a recibir alimentos de cocinas de beneficencia que se agotan pronto, y cavan pozos para obtener agua para tomar, por insalubre que sea. Nunca hay suficiente.