Si uno atiende al acabado final de un videojuego puede pensar que todo ha sido medido desde el principio: la historia, el estilo visual, los temas, las mecánicas. Pero la realidad es mucho más incierta, artesanal y caótica. Las entrevistas con creadores lo demuestran: elegir la temática de un videojuego no es tanto una decisión racional como una búsqueda emocional. Entre ensayo y error, referencias culturales y pasión personal, los desarrolladores navegan por sus propias obsesiones y contextos para dar con una narrativa.
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Como mucho elige si se mete en este proyecto con vaselina o en el otro con saliva.