Concurso de microrrelatos de Menéame
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Abriendo puertas, rompiendo diques

Indomable y presumida; mi abuela se enfrentó a la Trinidad de poderes del pueblo encarnada en: alcalde, cura y marido; para que yo pudiera ser “monaguilla”, —privilegio reservado exclusivamente a los niños varones—.

Mi abuelo se atragantó con la sopa y el sacerdote con el vino, cuando les dijo: — ¿Acaso la niña sólo puede pasar el cepillo en la iglesia cuando por turno de limpieza nos toque barrerla? —“Privilegio” reservado a las mujeres—.

Escribió al Obispado y amenazó con presentarse en el mismísimo Vaticano en el próximo viaje del Imserso, si no atendían a su pretensión.

Hoy, luzco por primera vez la sotanilla y ayudo en misa al señor cura; quien cada vez que dice amén, me mira de soslayo al no poder disimular la sonrisa triunfal que se dibuja en mis labios.

Lástima que mi abuela, tan indomable como presumida, le tocó contemplarme desde el cielo.

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Tu padre en Eurovisión

Tu padre en Eurovisión

Tamara aún no ha digerido que su padre, ingeniero industrial, participe en Eurovisión. ¡En la final!

Anuncian el turno de España. Don Eduardo aparece levantando los puños cerrados en señal de saludo victorioso. Está en ropa interior. Calzoncillos de abuelo, tradicionales del siglo XX, tipo slip, blancos con abertura delantera. Camiseta de tirantes del mismo color ligeramente amarillento. La panza asoma entre ambas prendas.

Comienza a moverse torpemente por el escenario. El holgado calzoncillo deja entrever el movimiento pendular del flácido saco escrotal. Los potentes focos revelan su silueta. Canta su conocida y divertida canción.

Tamara sabe que oculta algo en los puños. La emisión se interrumpe antes de que Eduardo despliegue en el suelo una bandera oficial de República de Xionachi y defeque sobre ella. Pero este desconcertante final inesperado se difunde rápidamente en redes sociales.

España permanecerá varios años expulsada del festival. Aquí se castigan los comportamientos agresivos.

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La mirada infiel

Una inspección ocular debería ser algo rutinario, pero aquella no lo era. A veces, cuando vemos mal por un ojo, ni siquiera somos conscientes, porque el cerebro interpola la información de ambos y reconstruye una imagen nítida, incluso se inventa la imagen del punto ciego. Pero María Ferro tenía un problema más grave: Su ojo izquierdo veía las cosas tal y como son, y había comprobado que el cerebro se inventa demasiado: hasta la propia luz era mentira.

Le dirían de nuevo que era neurológico, malformaciones oníricas, tanto la luz plateada y metálica, como las ondulantes proyecciones del pensamiento ajeno; las figuras pesadamente intensas sostenidas por filamentos, la extrusión de otros sentidos mezclándose con la imagen en una orgía de sinestesia policromada, polisensitiva, polilobulada, polisémica...

Pero ahora veía igual por el derecho, y los perfumes eran canciones. 

Y tanta belleza era insoportable.

Y un tanto plata cremosa allegro moderato.

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El precio por salir de la anémona

Como los tentáculos venenosos de una anémona de mar, los brazos se levantan orgullosos acompañados de ensordecedores seighiels en el momento que el velero Horst Wessel entra en las aguas del puerto de Hamburgo por primera vez.

Nadie se da cuenta en ese momento porque el führerprinzip lo ciega todo como un foco de interrogatorio, pero un tentáculo cruza sus brazos, inocuo y discrepante, frente aquel estallido patriotero.

-¡Vamos August! ¿Qué te pasa? ¡Levanta el brazo!

-No.

-¿Por qué?

-Porque no.

August Landmesser tuvo sus motivos para dejarse envenenar y mover sus tentáculos a favor de la corriente, pero solo le bastó un antídoto contra las neurotoxinas paralizantes de la anémona: el amor a su mujer y su hija, Irma e Ingrid, que jamás podrían ser tentáculos.

-Esto es odio.

-¿Qué dices, August?

-Odio, solo eso.

Un fotógrafo disparó y una bala terminó impactando en August. Tarde. Pero familiarmente mortal. 

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Basado en hechos reales (II)

Benito observaba con un nudo en la garganta a su mujer y a su hijo mayor que, gracias a la cortesía de un viajero del tren, viajaban sentados en un incómodo asiento. El pequeño, Estebitan, no era consciente de la situación y dormía en brazos de su madre.

Llevó instintivamente la mano al bolsillo donde guardaba los pasaportes con visado de turismo. Entrarían como inmigrantes ilegales pero le habían dicho que, si encontraba trabajo, obtendría el permiso de residencia.

Viajaban hasta una localidad francesa y para él era una aventura de final incierto, pero sin alternativa. Trabajando catorce horas diarias, no podía ni pagar los intereses de sus deudas.

Corría el año 1960 y España había salido de la autarquía económica, empujando a la emigración a miles de españoles. Aunque eso no lo sabía Benito. Si le hubieran preguntado, no podría haber dicho ni qué es un arancel.

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El relato "Soy el mejor" es el ganador del certamen de microrelatos de esta semana

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Venecia inconclusa

La góndola se fue perdiendo en la bahía, en un atardecer pintado por Turner, con la llama anaranjada del último sol de febrero.

Era a la vez, en un instante, todos los hombres que había sido, el efebo imprudente y arrogante, el niño huraño y solitario en la verbena, el anciano de treinta años cansado de tanto vivir, el joven de cincuenta entusiasmado con matrices y ditirambos… Pero todos llegaban siempre a este lugar, a esta misma pregunta,  a esta misma góndola partiendo impasible hacia las afueras de su vida.

Como si fuera un déjà-vu, pensó si no sería este otro de tantos últimos besos, un vacío transparente en la memoria incapaz de recordarlos, porque nunca supo que serían el último.

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Profecía autocumplida

La psicóloga me explicó que evaluar todo lo que nos pasa de forma realista es una de las bases para una buena salud mental, y que para evaluar de forma realista lo que nos sucede hay que tener en cuenta cosas como que todas las situaciones no son iguales, y que si algo nos ha pasado no quiere decir que siempre tenga que ser así, que tenga que repetirse. Y añadió que muchas veces exageramos las cosas y que esto produce que reaccionemos peor que si no lo hiciéramos. De esta manera siempre esperamos el peor resultado posible.

-¿Conoce el chiste del gato... en Psicología? –respondí con mi voz calmada de siempre.

-No.

-Pues, doctora, métase el gato donde le quepa.

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Tarde o temprano se firmará la paz

En un mundo donde las palabras eran balas, dos enemigos se encontraron en un desolado campo de batalla. Habían luchado durante años, sin tregua ni piedad. Pero ese día, mientras el sol se escondía detrás de las montañas, algo cambió. Uno de ellos, exhausto, dejó caer su arma y se sentó en la tierra. El otro, sorprendido, hizo lo mismo.

En el silencio que siguió, fue cuando comprendieron que la guerra no era más que un eco de un pasado que ya no existía. Se miraron a los ojos, estrecharon sus manos.

“Tarde o temprano se firmará la paz” dijo uno de ellos sonriendo.

El otro también sonrió... y en un movimiento rápido sacó un cuchillo y se lo clavó en el pecho.

Mientras caía, el soldado comprendió la verdad: la guerra nunca había sido entre ejércitos, sino entre los que aún creían en la paz y los que jamás la permitirían.

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El primero de muchos

Iván Pérez llegó a la reunión unos quince minutos tarde, como casi siempre. Los demás empezaron sin él como casi siempre. Escuchaba algunas palabras sueltas y apenadlas entendía. Imagina que era lo de siempre: la empresa va mal, nuestra política no es la adecuada, se cerca una guerra y habrá víctimas. Guerras y víctimas: las tonterías que dice la gente para referirse a los problemas empresariales. Será como casi siempre, pensó. Seguir haciendo lo mismo sin saber qué es y que te paguen por ello. Estaba distraído pero creyó escuchar que alguien había dicho Iván. Ese alguien sacó un arma y le disparó. Fue un disparo certero. Iván escuchó: nada mejor que probar una nueva pistola en el más inútil de nosotros. Iván supo por fin que trabajaba en una empresa de armas y que era el primero de muchos que moriría en acto de servicio.

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Cuatro gotas

Tiene cojones. Estar uno tan tranquilo, de mariscos, con amigos y alguna amiga, con un poco de vino, cuatro gotas apenas y que se vaya el sol. Nubes por todas partes. Tiene cojones. Un poco más de vino y, pir saber, no sé ni dónde tengo el móvil. Viva Eurovisión, viva la vida. Cuatro gotas y yo con sueño. Ni dormir uno puede. Cuatro gotas de nada y parece el diluvio universal. Cuatro gotas; la tierra, que se mueve un poco. Cuatro gotas, algún cadáver más y no dejan a uno ni dormir, ni salir a la calle. Cuatro gotas de mierda y la gente, que se aburre, a protestar, cojones. Cuatro gotas y todos molestando, cuando lo único que yo quería era dormir, o no, un poco más.

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La torre de Babel

La altura de la torre ya era tal, que se la consideraba una intrusa en el cielo; las aves se posaban en las cornisas de las plantas más altas, sin atreverse a entrar, recelosas, y las nubes, orgullosas, atravesaban la torre con indiferencia.

A cada planta construida, los límites del cielo se alejaban. La perspectiva de no alcanzar sus propósitos, lejos de desanimar a los humanos, les agitaba, tal como les sucede a los jóvenes caballos con la perspectiva de una inabarcable llanura.

Debido al infundado temor de ser alcanzado, Dios  corrompió su propia creación, volviéndolos incapaces de comunicarse entre sí, divididos en grupos, cada uno con su propia lengua, evitando que se coordinaran para continuar su obra. Lo más probable, es que también corrompiera sus propios corazones, su voluntad de entenderse. De no ser así, no sé entiende su incapacidad de resolver la barrera lingüística.

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Hoy no hay relato

Hoy no pienso escribir un relato, no me da la gana.

Acaba pareciendo una obligación, como si tuvieras que participar sí o sí, porque ese es el objetivo: han puesto un concurso para promocionar la página y tienes que participar porque lo hiciste una vez.

¡Pues hoy no quiero!

Estoy cansado de tener que pergeñar palabras, reunirlas en frases con sentido, frases que sean ingeniosas y que despierten un pensamiento en el lector, o una sonrisa, o una reflexión…

¡Se acabó, ya no paso más por ahí!

Si votas a otros participantes, eres tonto, te estás perjudicando. Si no los votas, eres un egoista que no quiere valorar lo buenos que son los otros relatos y quieres ganar a toda costa.

¡Ya basta de esta pantomima!

Y, encima, tener que aguantar a graciosos que sólo entran en tus comentarios para sus cosas, que ni siquiera aprecian lo que escribes…

¡Adiós!

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Do, re, mi... Sol

Todo comenzó hace 6 años. Cuando Elvira, la del 3°C levantó la liebre. Había un lenguaje secreto en ese tendal de Irene, la del 4°A.

La disposición de las pinzas de madera o de plástico, el color, formaban palabras en ese pentagrama circular. 

Circularon distintos diccionarios, se organizaron cientos de reuniones clandestinas para resolver el arcano. 

Hace 4 días Irene subió al 7° piso del patio de luces, abrió la ventana y se lanzó. Sus sesos salpicaron desde el entresuelo hasta el principal.

Ahora Ambrosio, el jefe de escalera, quiere prohibir los tendales y las Marías disimulan con las pinzas. 

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La normalidad

Dmitri movía la sartén con maña. Esas verduras salteadas para acompañar el pollo que le preparaba a Sofía para cenar tenían muy buena pinta. Una mano en la sartén y la otra en una copa de vino.

-¡Eso huele muy bien, cariño!-, dijo Sofia desde el baño, donde se refrescaba. -¡Yo pongo la mesa!-

Colocaba la cesta de pan en la mesa cuando la pared de su apartamento, la que daba a la calle, desapareció. En su lugar, una enorme bola de fuego arrasó el piso, la lanzó a ella contra la puerta del comedor, dejándola malherida; a él, junto con cocina, pollo y vino, a la calle, desde un 5.º piso.

Los bomberos de Kyiv la rescataron en una hora o así, ensangrentada. Su casa ya no existía y el amor de su vida estaba muerto. Los periódicos dijeron al día siguiente que había sido un dron. Maldita guerra…

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Eliminando rastro completo y registro

-...Entre Casa del Centinela y Arroyo de la Higuera, en medio de ninguna parte...

-Ese gilipollas portugués casi mete la pata...

-Se corrigió al momento.

-Porque le dimos un toque desde aquí.

-¿Y dónde está la cosa ahora?

-Ni idea.

-Y quién la tiene.

-Ni idea. Nosotros no.

-En el informe dice esferoide de aspecto cristalino de un metro cúbico aproximadamente. ¿Y los ojos y oídos que tenemos en esa zona no pillaron nada?

-Nada. A 500 metros emitió ese pulso concreto y descendió al suelo... quedó entre un camino de tierra y unos árboles. Y la red eléctrica se fue al cuerno.

-Pero si pedimos tiempo para poder moverlo y llevarlo a...

-Pues allí no lo tienen, ni los franceses, ni los alemanes, ni los españoles, ni...

-Los ruskies descartados y los chinos también... No se puede haber perdido eso. Tengo en el informe que mandamos a gente de la base de Morón y de Rota, y de la base gris que tenemos en Beja, Portugal.

-Hubo que traer una grúa y meterla allí en mitad del campo, pesaba unas cinco toneladas o así. 

-Cada vez que están los españoles metidos en una de estas se lía... ¿se les ha dado el toque?

-Cuatro veces. Van a colaborar, claro.

-¿El señor naranja lo sabe?

-No, y no lo sabrá.

-Bueno, tenemos que encontrar esa cosa. Pon a los tuyos en marcha.

-Vale. Esta conversación no ha tenido lugar. Eliminando rastro completo y registro.

-Clic. 

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Los siete sellos

Esto no podía estar pasando. Solamente se trataba de una prueba.

Había elucubrado si la bomba de haz de neutrinos sería capaz de barrer la esfera desde un punto de la misma, y le pareció que bastaba con alinear el eje del plano a una tangente que fuera perpendicular al centro.

Pero olvidó que estaba en producción, y no en el entorno de pruebas, maldita sea.

Había aniquilado toda la vida del planeta basada en el ADN. Había matado a toda su familia, a todos los seres vivos. Cada planta, cada bacteria. Cada. Ser. Humano. Salvo él, que estaba dentro de la esfera emisora.

Pensó en buscar viviendas con placas solares para almacenar alimento fresco.  Pensó si las nucleares tendrían auto apagado. Pensó infinitas cosas, para no pensar.

Había desencadenado el apocalipsis, y solamente pensaba en comer.

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Confianza

El granjero fue al mercado y compró un pavo chiquitín. El pobre bicho, iba en una caja, de cartón aterrorizado, por los vaivenes del coche. Finalmente llegó a casa y lo soltaron el corral.

Allí también pasó muchísimo miedo. Estaba rodeado de unas bestias gigantescas que le lanzaban picotazos, de una especie de león con unas uñas terribles y de un lobo gigantesco que lo empujaba con el hocico.

La primera noche, fue horrible. La segunda, mejor. En una semana, estaba a gusto. En tres meses, era el dueño del corral. Todo iba magníficamente. Su optimismo y su confianza en la vida aumentaban cada día, por buenas razones.

Hasta el día de Nochebuena.

Otros pavos, en los años siguientes, escucharon la historia a finales del otoño, pero aunque nadie dudó de su veracidad, la consideraron unánimemente un hecho asilado.

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Cosas de los hemisferios

La parte izquierda del cerebro me estaba creando tensión en la parte derecha. Lógica, analítica, y sobre todo siendo "un pesao". La parte derecha andaba a por uvas, como siempre.

-Que me dejes, que no se me ocurre nada que escribir de lo de la mierda esa de Eurovisión.

-Bueno, tú mismo has dicho que esto era un juego... un entretenimiento.

-Ya, sí, pero estoy con otras cosas ahora, déjame en paz.

-Cinco minutos, venga, y así concursas. Y te relajas de todo lo otro que andas escribiendo.

-Bueno, vale. Terror. Comedia. Drama. Documental. Bah... no sé. Ni idea. Hay buenos escritores en el foro.

-Acuérdate cuando Eurovisión era un concurso de cantantes.

-Odio las competiciones y lo sabes. No hay nadie mejor o peor, hay personas. Hay cantantes.

-Piensa en el lío de Israel este año.

-No hay mucho que pensar en eso, hemisferio pesado, es lo que hay.

-Venga, bah, ponte a pensar de esa manera que haces tú en tu lado.

-Déjame tranquilo. Mira, te doy un titular mental: La vida es dura y luego te mueres. ¿Te vale?

-No sé, esperaba algo más de tu lado.

-Y yo del tuyo, pero las bombas siguen las leyes de la gravedad.

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El tema de la semana es «Hermanos»

El tema de la semana es «Hermanos»

Desde Juan Guerra a David Sánchez pasando por Tomás Díaz Ayuso, los hermanos siempre han sido un quebradero de cabeza para los dirigentes políticos. Sombra incómoda o escudo providencial, estorbo o emisario, cada hermano es un personaje secundario que amenaza con robar el foco, un apellido que pesa, una llamada que compromete. Esta semana, el Concurso de Microrrelatos de Menéame propone zambullirse en esas lealtades mal gestionadas, en esos lazos de sangre que, lejos de unir, tiran en direcciones opuestas. Porque en política, como en la literatura, a veces los familiares no se eligen: se heredan.

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Una semana más, Mara y Rubén se abrazan en el reservado. De vez en cuando se besan, unas veces como viejos amantes y otras con más pasión, hasta que alguien los elige.

Es un conocido club de swingers, de intercambios de parejas. Mara es conocida por ser capaz de tener cinco orgasmos en veinte minutos, y Rubén por se capaz de provocarlos.

Todo el mundo disimula.

La norma es que tienes que ir con tu pareja, para añadir al sexo el morbo de la infidelidad y de los celos. Todo el mundo saber que estos dos son hermanos, pero ellos hacen el paripé de magrearse un rato en el reservado.

Hay quien incluso le encuentra una componente política a su pequeño fraude. Nada es más sencillo que compartir lo que no consideras tuyo, ¿verdad?

¿Pero qué mas da? ¿Quién ha quedado insatisfecho?

Mara y Rubén tiene un éxito tremendo.

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El fontanero y la anciana

La fuga se presentaba fácil de solucionar, pero el líquido viscoso y brillante desconcertó al fontanero. Parecía uno de esos potingues con los que jugaba su hija cuando tenía 6 años. Le encantaba la purpurina y el «color unicornio».

Usó el cortatubos con precisión y encontró el atasco precursor de la rotura. Había mucho pelo acumulado. No pertenecían a la anciana que le había requerido. Eran negros, largos y brillantes, como los de su exmujer.

Durante la faena, una llave de paso defectuosa le lanzó un chorro a la cara. No tenía sentido, pero parecía agua salada. Recordó la playa de su pueblo natal, que llevaba tantos años sin visitar.

Ya todo perfectamente ejecutado. Era hora de cobrar. Pero, ¡oh!, ¡seguía saliendo líquido!

—No se preocupe —se adelantó la anciana—. En esta casa no fluye agua, sino vida. Constantemente se va perdiendo. Y muta en recuerdos.

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Discurso de graduación

Nuestra misión es que los recursos fluyan desde sus orígenes a donde necesitan ser empleados. A veces, hay que calentar esos recursos, y a veces hay que enfriarlos. A veces hay que almacenarlos en grandes bolsas, y a veces hay que dispersarlos en finas partículas para que alcancen mayor superficie o volumen con un consumo inferior.

Además, por razones de todo tipo, las conducciones se obstruyen o alguien, intencionadamente o no, las estrangula, variando la presión, o generando artificialmente abundancia o escasez. Y ahí debemos intervenir nosotros para eliminar los elementos extraños o rectificar las conducciones y su trazado.

Se os llamará fontaneros ya trabajéis con agua, con capital, información o mano de obra. Es igual. Nuestra misión siempre es la misma. Nuestro trabajo es invariable.

Buena suerte ahí fuera.

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Cosita de poco (Valdesuei)

Cuando comenzamos nuestra relación asumí que se trataría de algo temporal, de un pasajero amor de verano que, como una inalcanzable golondrina, huiría con la llegada del frío a latitudes más cálidas. Pero el año y medio compartido me hizo albergar ingenuas esperanzas.

Pasaba allí días completos y cuanto más tiempo estaba con aquella familia, más extraña sentía a la mía. Llegué a percibir como propios aquellos pasillos de perennes pisadas blancas y cartones protegiendo el suelo.

El desgaste propio de la convivencia fue haciendo mella a pesar de mi empeño por evitar la rutina: constantemente proponía nuevos cambios o mejoras.

Los silencios incomodos cuando me metía en sus conversaciones sobre las extraescolares de los niños o la celebración de las navidades, me hicieron comprender que para ellos no era más que un simple fontanero; y que era inevitable que nuestra relación acabaría cuando terminase la “reformita” de los baños.

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El inspector

Tras casi cuarenta años en la empresa, había aprendido a ser eficiente en su trabajo.

Cuando empezó, leía los informes examinando cada detalle e incluso rehacía los cálculos él mismo para comprobar que todo era correcto. Una pérdida de tiempo.

Más adelante, decidió inspeccionar solo las hipótesis y las conclusiones. En las raras ocasiones en que detectaba errores, estos no tenían impacto real. Sus superiores le felicitaron por su aumento de productividad.

En los últimos años, se limitaba a firmar los análisis que le entregaban, con lo que se agilizaba la revisión. Gracias a su entrega se convirtió en el empleado ejemplar.

Esa mañana, un error de diseño en el sistema desencadenó un accidente con más de doscientos muertos. Todos se preguntaron cómo había podido ocurrir algo así.

menéame