Concurso de microrrelatos de Menéame
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El suburbio virtual

Sucedió entre la décima y la undécima cerveza. El servidor se entregó a la anarquía, todo empezó a fallar, sin motivo, en la primera noche que podía saborear con los amigos. Llegaban alertas que sonaban a Nokia de los noventa, mensajes turbios que miraba con nostalgia y desapego.

El maldito duende tecnológico nos recordaba que es sólo un sofisticado invento de Damocles, esperando el momento más inoportuno para lanzarnos veinte años atrás en un segundo.

Veinte años. Veinte eneros intentando olvidarla, disfrazando su cabello en algoritmos mágicos, su piel en rododendros indexables, su mirada en logaritmos trágicos...

Maldito enero plagiándose cada enero, por más que mienta los colores de la aurora con los baudios de su recuerdo, en píxeles manchados de lascivia y de cosenos.

“Lo arreglaré mañana”, dijo apurando un cigarrillo cisterciense. “O me haré modista.”

“Lo que suceda primero.”

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Y Dios decidió salvarla

Cuando los guardias de la Inquisición asaltaron el laboratorio de Adelaida, ella les estaba esperando. Contempló impasible cómo destrozaban sus instrumentos de trabajo y vertían al suelo los compuestos que tantos desvelos le costaron. Cuando la llevaron al inquisidor, negó ser bruja y afirmó tajantemente su cristiandad. Sostuvo que Dios nos dio la mente para usarla mejorando el mundo mediante la ciencia, siendo un pecado no hacerlo.

El inquisidor, rabioso, ordenó que la torturasen hasta que confesase, pero ella exigió que le llevasen directamente a la hoguera. Si Dios estaba de su parte, el fuego no la tocaría. El inquisidor, con gesto burlón, accedió.

Adelaida fue llevada a la hoguera, pero las llamas no la tocaron. Cuando rozaban su manto, huían rápidamente atrás. Así estuvo media hora, hasta que el milagro fue evidente y se le liberó.

En su laboratorio, Adelaida había inventado el primer manto ignífugo de la Historia.

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Maldito Enero

Maldito Enero

mmm

Evitar tópicos

mmm

Maldito Enero

Me rindo

Empezar el año rindiéndome

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¿Qué es enero?

Enero es tristeza. Es sentir que le has dado a tu vida un giro de 360 grados. Enero son los kilos que cogiste durante las fiestas, o peor: los que no cogistes. Enero es ese fichaje que hace tu equipo por haber planificado mal la plantilla en verano. Es la vigesimosegunda entrega de esos fascículos que empezaste a comprar el septiembre, y que ahora cuestan ocho veces más que el primero.

Enero es cuando empiezas a ahorrar para las vacaciones. Café caliente a oscuras, hielo en la luna del coche y sexo bajo una manta. Conciertos en auditorio, carteras vacías y promesas olvidadas. Niños cansados y adultos apesadumbrados.

Porque enero es como ese resfriado persistente que no se quita, o el olor a leña quemada que impregna la ropa. Sólo queda esperar a febrero y que, a lo mejor o por fin, podramos respirar aire fresco.

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La mejor racha

- A ver, Yuli, que ya van dos veces.

- Si es que estoy en racha, Jaime. El primer examen lo estudié a medias. Y saqué un notable.

- Lo sé...

Yuli seguía entusiasmada.

- En el segundo, solo me estudié un tema que no cayó y otro notable. Estoy en racha estas últimas semanas.

- Pero Yuli, aunque apruebes el examen, si no sabes, ¿ de qué te vale en la vida ? Lo que necesitas es conocimiento, no una nota que en unos meses nadie recordará.

- Estoy en racha, estoy convencida. Para este examen no voy a estudiar nada y quiero aprobarlo.

- Pues amén. Que haya suerte, que así sea.

Y dos días más tarde Yuli daba la noticia.

- ¡ Jaime, he aprobado otra vez !

- Lo sé. Ese era tu tercer deseo.

- ¿ Deseo? ¿ Igual que los de los genios ?

- No hacías mucho caso a lo que te contaba hace unas semanas cuando me presenté, ¿ verdad ?

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Los besos se parecen a palabras como "libertad"

Estoy muerto desde no sé cuándo, y creo que en el infierno. Carmine me dio el beso de la muerte por tangarle 30.000, y me concedió 3 horas para huir. En menos de 1 hora me pillaron en un callejón de Palermo y me acribillaron. Luego abrí los ojos y no sentía ni oía nada, y tampoco podía moverme. Solamente veo, sin poder mover nada mi foco de visión. Ahora soy un espíritu, y seguramente estoy condenado a permanecer eternamente mirando a ese maldito muro del callejón.

Dos imágenes pasaron por mis ojos antes de cerrarlos. El beso que di a mi hijo, de 15 días. Sonrió. No sabía que los críos sonriesen tan pronto. Lloré de alegría. Y el beso de mi madre cuando me largué de casa. Tan amargo. Los besos se parecen a palabras como “libertad”. Según de qué labios salgan, pueden ser veneno o cielo.

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Nadie va a notar nada

- Antes de apagar esas máquinas quiero que revisemos otras opciones. Ignoramos qué consecuencias puede tener para toda esa gente, ¿es que no te importan?

- No tenemos tiempo ahora para revisiones. O apagamos los módulos estropeados o los errores van a propagarse al resto del sistema. Y no sé si me importa esa gente, pero me importa más que acabemos teniendo una caída general de toda la simulación. No te preocupes tanto, hay módulos de reemplazo para emergencias. No están afinados pero valdrán. Tus “personitas eléctrónicas” no van a notar nada.

- Ojalá tengas razón. Y espero que esos módulos no tengan comportamientos incontrolables como lo de la semana pasada con ese Adolf Hitler.

Se fueron apagando decenas de miles de luces verdes, como luciérnagas agonizantes. Entraron a funcionar los módulos de reemplazo con un siniestro fulgor naranja. En la simulación, empezaba el 20 de enero de 2025.

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El tema de la semana es «Eurovisión»

El tema de la semana es «Eurovisión»

Eurovisión es ese ritual kitsch que une a Europa una vez al año con lentejuelas, fuegos artificiales y coreografías imposibles. Entre gallos, prodigios vocales y discursos de unidad paneuropea, se cuelan a veces historias que merecen más que un estribillo pegadizo. Esta semana, en el concurso de Microrrelatos, afinamos la pluma al compás del televoto y os proponemos sumergiros en ese universo donde todo cabe: la ambición, la vergüenza ajena, los amores imposibles, las venganzas balcánicas y los votos falsos. Adelante, que empiece el espectáculo.

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Amén y bola negra

-Que no, que el informe es un maldito bulo de ese coronel de allí. Como sabe que lo vamos a defenestrar se ha montado el solito un lío de cojones...

-Entonces... ¿Nada de nada de esa esfera?

-Nada. El muy cabrón tiró de galones y llamó a dos contactos en Bruselas y otros en... no sé dónde...

-Mierda. Con la que hay liada.

-Ah, y no te lo pierdas, llamó al Vaticano...

-¿Para qué?

-A un cardenal papable amigo suyo.

-Pero para qué.

-Está jugando al billar. A este cabrón hay que meterle la bola negra en sus mismísimas troneras.

-Y el papable ese quién es... y qué pinta.

-Ni idea, es de Asia, luego me pasan el informe. Al final el maldito apagón se lo comen los iberos.

-¿Quién?

-Coño, los de la península ibérica.

-Ah, bueno los portugueses pintan poco.

-Y una mierda. Los mejores infiltrados, son la hostia.

-Bueno, entonces crisis superada.

-Crisis enquistada, que el papable es un broncas de la cuerda... de esa cuerda que es soga para nosotros.

-Nos cargamos al coronel ese y ya vamos viendo.

-Ya. Anoche lo llamé... ¿Y sabes lo que me dijo?

-¿A quién llamaste?

-¡Al coronel Smith-Roscoe!

-Ah, vale. ¿Y?

-Me dijo que “amén”... ese tipo planea algo. Manda a los tuyos y que lo traigan a casa, es-col-ta-do. Que ya tenemos bastante movida en casa con el “agente naranja”.

-¿Amén? Bueno... le vamos a dar “amén y bola negra” a la vez.

 

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Caso aislado

-¿Cómo se encuentra la paciente?

El jefe de turno en Urgencias preguntaba al residente mientras caminaba, prácticamente trotaba, ese servicio era un no parar: ambulancias con accidentados, una sala de espera llena de tobillos torcidos, niños con fiebre y mocos, llorando, abuelas quejándose de la cadera, algún indigente traído por la policía con síntomas de embriaguez severa… y era la primera semana del residente allí.

-Estable dentro de la severidad de los síntomas, doctor.

-Detalles, Alarcón, detalles…

-Fiebre, tos, dificultad respiratoria, dolor muscular, en la espalda, sobre todo, y dice encontrarse muy cansada.

-Eso parece una gripe. ¿La han tratado?

-Sí, pero no responde, ni siquiera a los antipiréticos.

-Hmmm… ¿Hay casos similares?

-Puede que en la sala de espera…

-Quiero una analítica completa, y trasládenla a A1.

-¿Aislamiento? Pero…

-Pero nada. Y vistan EPI para atenderla.

-¿EPI? Pero, doctor…

-¡Pero nada!

-Sí, doctor.

(28 de Enero de 2020)

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Así sea.

Su hijo y su marido estaban en la habitación.

Ella, acostada en la cama y conectada por múltiples cable y tubos a diferentes máquinas, les observaba con la mirada tranquila y con todo el amor de una vida.

La mano de su hijo temblaba sobre los interruptores que apagarían las máquinas y la vida de su madre.

“Dijiste que lo harías tú, eso hablamos”, le animo dulcemente y con una sonrisa la madre.

Él, aparto la mano de la máquina.

“No puedo, mamá, no puedo” dijo abrazado a ella, mientras las lágrimas arrasaban su cara.

El médico presente en la habitación dio un paso adelante y fue detenido suavemente por el brazo del marido.

Ella lo miró. Cincuenta años juntos daban para muchas cosas, entre ellas hablar sin hablar.

“Hay que hacerlo, así debe ser”, le dijo ella con todo el amor que daba ese medio siglo.

“Así sea. Siempre te has salido con la tuya”, le respondió él con una sonrisa mientras una solitaria lágrima comenzaba a rodar por su mejilla.

Se abrazó a su mujer y a su hijo en silencio mientras pulsaba los interruptores.

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El chibalete

El chibalete

Un mueble precioso, uno de aquellos chibaletes de cajista, desgastado por el uso, con muchas cajas, cada una de ellas con multitud de cajetines. Cada caja, un estilo; cada cajetín, un tipo.

A la primera caja le puso el nombre de "Patriotismo". La abrió y empezó a llenar los cajetines de patriotismos: el que exhibía en reuniones serias, moderado; el que usaba en redes, insultante; el que mostraba con su pandilla, agresivo…

A la segunda caja le puso "Religión". Sus cajetines empezaron a llenarse de "Circuncisión", de "Bar Mitzvah", de "Tierra Prometida"…

A la tercera la llamó "Deber", y sus cajetines se llenaron de "Servicio Militar", "Valor", "Obediencia"…

El problema llegó con las tres últimas cajas, "Pensamiento crítico", "Empatía" y "Derechos Humanos": sencillamente no sabía con qué llenar los cajetines. Bueno, en realidad, esas tres le sobraban, y esos nombres los puso porque quedaban bien, le hacían parecer menos desalmado…

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Pasando la tarde

Pasando la tarde

Llegamos a la terraza de una cafetería, pedimos y mientras nos sirven, Manolo me comenta que ha leído en la Revista Mercurio que han lanzado un nuevo concurso de microrrelatos en una web llamada Menéame. Entre risas, buscamos en Google y nos aparece la entrada de un blog.

Llega el camarero, nos sirve pero veo que se ha equivocado con mi pedido, se lo reclamo y vuelve a entrar al local.

Aprovechando la espera, me registro en la web con mi usuario de X, pero veo que aún tienen el enlace y logo antiguos de Twitter. Manolo esboza una sonrisa y me mira fijamente: "Eso no es nada, no sabes lo que te espera. Si de verdad quieres participar en el concurso, no desesperes. Si consigues publicar tu microrrelato antes de que termine la semana, te invito a lo que quieras durante todo el maldito mes de enero". Trato hecho.

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Cosita de poco (Valdesuei)

Cuando comenzamos nuestra relación asumí que se trataría de algo temporal, de un pasajero amor de verano que, como una inalcanzable golondrina, huiría con la llegada del frío a latitudes más cálidas. Pero el año y medio compartido me hizo albergar ingenuas esperanzas.

Pasaba allí días completos y cuanto más tiempo estaba con aquella familia, más extraña sentía a la mía. Llegué a percibir como propios aquellos pasillos de perennes pisadas blancas y cartones protegiendo el suelo.

El desgaste propio de la convivencia fue haciendo mella a pesar de mi empeño por evitar la rutina: constantemente proponía nuevos cambios o mejoras.

Los silencios incomodos cuando me metía en sus conversaciones sobre las extraescolares de los niños o la celebración de las navidades, me hicieron comprender que para ellos no era más que un simple fontanero; y que era inevitable que nuestra relación acabaría cuando terminase la “reformita” de los baños.

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Basado en hechos reales (II)

Benito observaba con un nudo en la garganta a su mujer y a su hijo mayor que, gracias a la cortesía de un viajero del tren, viajaban sentados en un incómodo asiento. El pequeño, Estebitan, no era consciente de la situación y dormía en brazos de su madre.

Llevó instintivamente la mano al bolsillo donde guardaba los pasaportes con visado de turismo. Entrarían como inmigrantes ilegales pero le habían dicho que, si encontraba trabajo, obtendría el permiso de residencia.

Viajaban hasta una localidad francesa y para él era una aventura de final incierto, pero sin alternativa. Trabajando catorce horas diarias, no podía ni pagar los intereses de sus deudas.

Corría el año 1960 y España había salido de la autarquía económica, empujando a la emigración a miles de españoles. Aunque eso no lo sabía Benito. Si le hubieran preguntado, no podría haber dicho ni qué es un arancel.

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Abriendo puertas, rompiendo diques

Indomable y presumida; mi abuela se enfrentó a la Trinidad de poderes del pueblo encarnada en: alcalde, cura y marido; para que yo pudiera ser “monaguilla”, —privilegio reservado exclusivamente a los niños varones—.

Mi abuelo se atragantó con la sopa y el sacerdote con el vino, cuando les dijo: — ¿Acaso la niña sólo puede pasar el cepillo en la iglesia cuando por turno de limpieza nos toque barrerla? —“Privilegio” reservado a las mujeres—.

Escribió al Obispado y amenazó con presentarse en el mismísimo Vaticano en el próximo viaje del Imserso, si no atendían a su pretensión.

Hoy, luzco por primera vez la sotanilla y ayudo en misa al señor cura; quien cada vez que dice amén, me mira de soslayo al no poder disimular la sonrisa triunfal que se dibuja en mis labios.

Lástima que mi abuela, tan indomable como presumida, le tocó contemplarme desde el cielo.

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El pacificador

El ambiente de la oficina era irrespirable. Dos facciones de empleados se dedicaban a odiarse activamente. No es que no se hablasen, sino que se sometían a toda clase de perrerías, desde insultos en voz alta cuando el destinatario estaba de espaldas, a sabotaje de ordenadores para borrar trabajos. La Dirección recurrió al pacificador, que llegó camuflado como un nuevo administrativo.

Las dos facciones intentaron camelárselo. Su respuesta a la facción A fue “no hablo con subnormales”. A la facción B le respondió con un pedo descomunal. En las semanas siguientes, el pacificador puteó de todas las formas imaginables a ambas facciones. Insultos, desprecios…y absoluta indiferencia, cuando no burlas abiertas, ante cualquier contraataque que le lanzasen.

Y ambas facciones empezaron a hablar. Inicialmente para criticar al pacificador. Luego concluyeron que sus diferencias no eran tan grandes como el odio al enemigo común. Hicieron las paces. El pacificador cumplió su misión.  

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El inspector

Tras casi cuarenta años en la empresa, había aprendido a ser eficiente en su trabajo.

Cuando empezó, leía los informes examinando cada detalle e incluso rehacía los cálculos él mismo para comprobar que todo era correcto. Una pérdida de tiempo.

Más adelante, decidió inspeccionar solo las hipótesis y las conclusiones. En las raras ocasiones en que detectaba errores, estos no tenían impacto real. Sus superiores le felicitaron por su aumento de productividad.

En los últimos años, se limitaba a firmar los análisis que le entregaban, con lo que se agilizaba la revisión. Gracias a su entrega se convirtió en el empleado ejemplar.

Esa mañana, un error de diseño en el sistema desencadenó un accidente con más de doscientos muertos. Todos se preguntaron cómo había podido ocurrir algo así.

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Aranceles, hombre libre de Tebas

Era Aranceles, hermano menor de Aristóteles, un hombre libre de Tebas, bien conocido por su mente brillante. Sofisticado, moderno, inteligente y gran conversador, era un apasionado de todas las ciencias, las letras y las artes.

Sus cualidades cautivaban a muchos, reclamando sin descanso su presencia en foros públicos y fiestas privadas.

Pero si Aranceles tenía un defecto era precisamente ser demasiado consciente de su propio valor. Sabiéndose codiciado, decidió imponer una tarifa del 25% del jornal a quienes quisieran disfrutar de su compañía.

Al principio la idea fue aceptada de buen grado. Después de todo, la sabiduría tenía un precio, y nadie quería prescindir de un banquete amenizado por Aranceles. Pero poco a poco, uno a uno, sus amigos lo abandonaron, incluso los más íntimos, incapaces de aceptar la nueva naturaleza transaccional de su relación. Pronto, Aranceles quedó solo y en bancarrota afectiva.

No fue sorpresa para nadie que su primo Tratados se convirtiera en el nuevo epicentro de la vida social. Al fin y al cabo, su amistad era libre de impuestos y en sus conversaciones las ideas fluían sin tasas.

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Otra vida y la misma

Harto de que fuera absolutamente ignorado en sus clases, de que adolescentes de toda índole conocieran sus derechos y ninguna obligación, de que los padres hubieran hecho de los mensajes Mr Wonderful su modo de vida (Mi hijo puede llegar a ser lo que él quiera; Mi hija molesta en clase porque se aburre. Es muy inteligente pero usted no lo sabe), decidió, de una puñetera vez, abandonar una profesión que había ejercido durante más de 20 años. Estaba harto, sí, cansado, hastiado de ser profesor. Tenía claro que quería otra profesión y la que más le gustaba era la de fontanero. Pensaba que tenía los conocimientos y descubrió, poco a poco, que se le daba bien. Arreglaba problemas con mucha celeridad, encontraba soluciones a dificultades que a otros les parecían un mundo. Descubrió, por último, que este trabajo difería poco del de docente: solucionar problemas de mocosos que eran incapaces de asumir sus responsabilidades y culpaban de su ineptitud a todos los demás. Poco a poco se fue haciendo un nombre y no hubo partido político que no lo buscara para que arreglar alguna que otra tubería, alguna que otra inundación.

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El cuento chino de los tres frijoles

La realidad se explica mejor como un sueño. En éste estaría Milei, frente un pequeño cuenco con frijoles, arrodillado una mesa oriental tradicional, a la cabecera, con otros tres comensales.

Agarraría del cuenco un frijol con los palillos y lo depositaría en el plato del primero:

-Buen trabajo recogiendo estos frijoles.

Luego el frijol del plato del primer comensal y lo depositaría en el segundo:

-Debéis recibir una remuneración justa.

Tomaría el frijol del plato del segundo comensal y lo depositaría en el del tercero:

-Y un agradecimiento por vuestra labor.

Tomaría el frijol del plato del tercer comensal, se lo introduciría en la boca masticando un poco y proseguiría:

-Y ahora que ya sois pagos, hablemos de cómo vamos a hacer con los tres frijoles que me debéis, mientras comemos.

Son tierras raras, las de los sueños. Tienen lógica, como algunas teorías económicas, pero son un cuento chino.

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Queridos camaradas

La modernización de nuestro país es un combate tan duro como el del aumento de la producción en el campo, en las minas, o en la industria. 

Todos habéis hecho grandes sacrificios para que podamos celebrar este día, y hoy, después de diez años de trabajo y muchos miles de millones de inversión, fruto del sudor y el tesón de los trabajadores, por fin podemos decir que si ellos tienen semiconductores, nosotros tendremos pronto conductores completos.

Os doy mi palabra de que en esta fábrica que hoy inauguramos, por la conjunción del esfuerzo de los trabajadores intelectuales y los trabajadores manuales, muy pronto, antes de los que nuestros adversarios se creen, construiremos el chip más grande del mundo.

 Muchas gracias.

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El cazador

La última vez que hubo electricidad fue hace ya años. Esa noche en que todavía funcionaba todo malgasté unas horas leyendo un libro. Los días siguientes fueron primero tranquilos, luego tensos, finalmente caóticos. En el betún espeso de la noche se oían alaridos, bramidos de destrucción, risas desquiciadas. Animales salvajes que habían sido ciudadanos salían a desatar una agresividad primitiva y eufórica. Cuando las baterías y antorchas improvisadas escasearon pocos arriesgaban a salir de noche, salvo para quienes la oscuridad era indiferente: los ciegos. Se instauró entonces un justo equilibrio. De día la ciudad era territorio de caza para los dotados de vista y los invidentes se escondían en agujeros. De noche campaban estos últimos, que acometían ágiles en plena negrura. Nos cazaban como a conejos. Entendí que para comer era más fácil cazar a muchos que a pocos y cambié de bando. No me importó mucho arrancarme los ojos.

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