Cuando su compañía le pidió integrar herramientas de inteligencia artificial como para mejorar la eficiencia del equipo, Cantera lo hizo con entusiasmo. No solo las usó: las estudió, las refinó, buscó los prompts más precisos y revisó línea a línea los resultados generados por la máquina para asegurar que el toque humano no se perdiera en la automatización. Pero tuvo un grave peaje: lo despidieron. Paradójicamente, ese mismo perfeccionismo fue el principio del fin. Este verano fue incluido en un despido colectivo junto a varios creadores.
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