Lo he comentado un par de veces en los últimos días, en distintas conversaciones:
Lo más complicado de vivir en Barcelona es el tema de la vivienda.
Tal vez parezca casi una perogrullada pero podría ser de otra manera: en otros lugares del mundo tal vez sea más problemático el acceso a suministros básicos, agua corriente, energía, diversidad en oferta de consumo, incluso acceso a las telecomunicaciones, hasta cuestiones climáticas y medioambientales, trabajo, etc.
En el caso de Barcelona, y por extensión del resto de grandes ciudades europeas, si no más allá, es el mercado inmobiliario. El espacio, la casa.
Hasta el punto que el itinerario vital trazado por las grandes instituciones se da de bruces con una realidad empírica inapelable: que para muchas personas de las capas más bajas de la sociedad los números sencillamente no cuadran.
Ni los números de ingresos con los del gasto de vivienda, ni los de distancia, los del lugar en el que hay que vivir y los de donde se desarrolla la actividad laboral, ni los números de tiempo que implica tales desplazamientos.
Y como esos números no cuadran, van a descuadrar los de la energía requerida para mover cada día esas enormes masas humanas y estos a su vez los del equilibrio del ecosistema. Porque todo está relacionado en cierto grado y nada de la realidad descrita sería posible sin acceso a energía barata, pero volvamos a la vivienda.
La administración en principio plantea algunas ayudas, hacen como una especie de sorteo más allá de la lotería de navidad de las cuatro casas que gestionan cuando no se las reparten mediante una pequeña gincana burocrática y que sin duda quedan muy lejos de las necesidades de la población. Ninguna afectación significativa al mercado inmobiliario cuyo “desplome de precios” viene a ser que deje de aumentar por un tiempo y frustre las desmedidas ansias especulativas por algunos trimestres.
No hace mucho me recordaron por aquí, en un hilo que rememoraba las deleznables palabras de Ábalos acerca de la dualidad de la vivienda como necesidad básica y bien de mercado, que muchos parlamentarios son tenedores de viviendas.
Del mismo modo que las sanciones se desentienden completamente del patrimonio o ingresos del sancionado y son una cantidad por lo general fija. En otro envío un millonario decía que donde otros ven un “prohibido aparcar” él veía un parking de lujo. Es imposible que las leyes se puedan hacer de forma tan torpe, inútil e idiota. Ha de haber necesariamente dolo.
Lo que venía a decir Ábalos es, sí, sabemos que la gente tiene que vivir en alguna parte. Y sí, vamos a seguir especulando con ello. Vamos a seguir robando al amparo de la ley antes que cambiar nada.
Si le hubiera reventado la cabeza tras pronunciar esas palabras tiñendo el atril de una mezcla de poco seso y poca sangre hoy el mundo sería probablemente un lugar mejor.
La realidad es que ciertos niveles de ingresos en ciertos lugares no dotan al sujeto de independencia para la subsistencia dentro de sus regulaciones. Están a nada de ilegalizar la pobreza que generan, de hecho de eso están llenas las cárceles. No hay manera de cumplir sus putas leyes, muchos nacen y morirán abocados a buscar la solución que no existe a un problema creado dentro de las reglas planteadas.
Y ahí cada uno escogerá su mal, depender de otra persona o personas, en relaciones más equilibradas o menos, más sanas o más tóxicas, algunos vivirán en paz toda la vida (quizás) y otros se acabarán matando. Otros tendrán de por vida un periplo errante sin haber conocido el significado de la palabra hogar. Otros más acomodados sólo verán como cada mes una buena porción del producto de su trabajo desaparece como una suerte de ofrenda a los dioses de la especulación que viven sin pegar un palo agua. Otros se pasarán pagando toda la vida por un lugar donde tener esa vida, y la simplificación es obvia. Aunque los números de suicidios no dejen de aumentar nada parece amedrentar el ansia especulativa. Gente auto-desahuciada por la ventana, etc. Qué poca humanidad tiene la humanidad.
Otros, y creo que cada vez más, buscarán alternativas creando nuevos caminos con la mera fuerza de sus pasos, como siempre se ha hecho, y en este país, en esta ciudad, tenemos claros ejemplos en fenómenos como el chabolismo y las barracas de los 50 y 60.
En el siglo XXI parecía que eso había terminado o esa idea es la que de alguna manera se quiere publicitar, pero lo cierto es que es un flujo continuo de precariedad mejor o peor encauzado según la coyuntura económica.
Hoy he visto un documental sobre la lucha vecinal del barrio de Roquetes, en el que llegaron a “secuestrar” un autobús para demostrar que sí que podía llegar el servicio si había voluntad a pesar de las pronunciadas cuestas. En el que los vecinos terminaron por hacer el alcantarillado ante la pasividad de la administración, que finalmente colaboró, en un gesto que se supone que hay que agradecer como el del que cumple sólo de forma vaga y parcial con sus responsabilidades.
En tiempo más recientes ya es más difícil ver chabolas a la antigua usanza, se ven más situaciones administrativamente grises, así, dado el declive inevitable del comercio de proximidad en favor de las compras a distancia que ha facilitado la tecnología (y de nuevo gracias a la energía barata), ha proliferado el uso de bajos inicialmente destinados al comercio como viviendas “económicas” (aunque proporcionalmente sean incluso más caras), aún lejos de los apartamentos-nicho que ya se han visto en Hong-Kong y que alguien quería implantar aquí de forma similar bajo la idea de “cápsulas”. Pero, qué duda cabe, infraviviendas de todos modos. Si se permite reducirán el espacio de la existencia hasta el propio de un submarino en pos de la rentas inmobiliarias que sólo extraen riqueza de la clase trabajadora a clases más bien rentistas.
Ya cuando era chaval un compañero del cole vivía con su familia en el espacio muy ajustado que se había destinado a lo que se llamaba “portería”, los escuetos metros cuadrados destinados al portero reconvertido en vivienda. Pero lo realmente grave es que el agravio no termina en verse reducido a espacios deficientes, por su propio tamaño o por su características, es como las regulaciones rematan y redoblan la exclusión.
De entrada se entiende que habitar uno de esos espacios no destinados a vivienda es una irregularidad administrativa que podría ser incluso sancionable, aunque en la práctica no conozco casos. Recuerda un poco a aquello del vagabundo multado porque no se puede dormir en la calle.
Pero es que si decides vivir en uno de esos zulos tan de moda, sin cédula de habitabilidad y por tanto sin la consideración de vivienda, ¿vas a poder desgravar el alquiler de vivienda habitual? Yo no lo he intentado, pero me temo que encontraría problemas, las ayudas al alquiler están para lo que sí pueden pagar el alquiler de una vivienda. De hecho lo que sí que pagarás es IVA, como el que además de su vivienda desarrolla una actividad comercial por cuenta propia.
Empadronarse es en principio otro problema al no tratarse de espacios destinados a vivienda, aunque tampoco lo he probado y he oído que en algunos lugares ya hay más flexibilidad, más que nada porque implica la posibilidad de recibir atención médica de proximidad, pero no me es difícil imaginar un pequeño via crucis burocrático.
Y si en un alarde de prosperidad lo quisieras adquirir en propiedad, puesto que mantener a propietarios inmobiliarios tal vez no esté en tus planes a largo plazo, olvídate de todo el circuito habitual de adquisición de una primera residencia y las ventajas que conlleva en varios aspectos.
Además existe una proporción inversa entre la cantidad de metros cuadrados y su precio bastante clara en el mercado inmobiliario. En esto, como en muchas otras cosas en la vida, en este mundo, pobre paga doble.
Porque para acceder a la prestación de desempleo hay que estar en una situación regular de empleo y aún dentro de las regulaciones el fraude es moneda común, cuando no estructural. Las ayudas es para los que sí pueden acceder a ciertas condiciones. Y por debajo, peor que nada, no sólo no llegan las ayudas si no que se encuentran perjuicios añadidos.
¿Y la administración? Ni está ni se la espera, uno de los viejos del barrio de Roquetes lo tenía muy claro decía algo como: “nunca la administración ha venido a preguntarle a nadie qué necesita”. Seguramente se pasó toda su vida trabajando y no dirigiendo una multinacional.
Esperemos que no tengamos que ver otro caso de retraso tan bochornoso como el del barrio de Roquetes donde los propios vecinos tuvieron que instalar el alcantarillado y alguien recuerde que las administraciones no tienen más sentido que el de responder a las necesidades de la población, lo de robar no era en principio la razón de ser, aunque parece que se haya acabado olvidando, del mismo modo que permanecen imperturbablemente inmóviles ante las dinámicas de cambios que se suceden en la sociedad trazando un camino impracticable para segmentos cada vez más significativos de la población.